El submundo del grafiti de Nueva York en el albor de la década de 1980 era riesgoso, oscuro y de hombres. Pero la ecuatoriana Sandra Fabara entró en él por amor.
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Lo hizo siendo quinceañera, sin pensar que un día llegarían a llamarla "reina" o "primera dama" del grafiti, ni que marcaría un mojón para este arte al ganar un juicio millonario con otros muralistas semanas atrás.
Su primer novio fue arrestado en 1979 por pintar grafitis en las calles de la gran ciudad y enviado por sus padres a su tierra original, Puerto Rico. Y eso a ella le partió el corazón.
"Lloré por un mes y empecé a escribir su nombre alrededor de la escuela secundaria. Sus amigos me pusieron bajo sus alas y me enseñaron el estilo" del grafiti, cuenta en una entrevista con BBC Mundo.
"Finalmente me enamoré del movimiento y del propio grafiti", continúa.
Adoptó el seudónimo de Lady Pink, que destacaba su lado femenino cuando las mujeres parecían ajenas a eso de saltar vallas por las noches o escabullirse en túneles del subte para pintar trenes.
"Tuve que probarles a ellos que no precisas un pene para hacer todas esas cosas locas, valientes e imprudentes", explica.