—¿Y qué van a hacer hoy? — le pregunté.
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—Y qué vamos a hacer, amigo Daniel… Vamos a rezar— contestó, sonriente y despreocupado.
Qasimyan llevaba cuatro días encerrado en el aeropuerto que sirve a la ciudad de Caracas. Y sabía que le faltaban tres más.
Pero el que estaba desesperado no era él, sino yo.
Después de que las autoridades me negaron la entrada al país, me preparaba para pasar la noche en Maiquetía, el aeropuerto más importante de Venezuela, considerado por agencias de turismo como uno de los peores del mundo.
Era julio y había viajado a Caracas en vísperas de las elecciones de la Asamblea Nacional Constituyente, el polémico órgano elegido para modificar la estructura institucional del país.
Me dijeron que no podía ingresar por "no presentar reserva de hotel".
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Me designaron un guardia, un "custodio". Pensé que estábamos solos. Me equivoqué.