La Universidad del Valle amaneció de luto este 23 de agosto. Pero el luto no es nuevo. El dolor ya había hecho su casa en sus pasillos meses atrás. Esta vez, fue Juan Esteban Cedeño Loaiza, un joven de 23 años que cursaba segundo semestre de Ingeniería de Sistemas, quien murió tras caer de un edificio en la Facultad de Artes Integradas de la sede Meléndez.
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El hecho no solo enluta a su familia y allegados, sino que vuelve a colocar a la institución frente a una realidad que por momentos parece preferirse ignorar: la salud mental de su comunidad está en crisis.
“Expresamos a su madre, Adíela Loaiza; a su padre, Rigoberto Cedeño, así como a sus allegados y amigos, nuestro sentimiento de pesar y solidaridad en estos momentos tan tristes y dolorosos para ellos y para toda la comunidad universitaria”, declaró Univalle en un comunicado.
Pero las palabras institucionales, aunque necesarias, parecen quedarse cortas ante un dolor que no es solo individual, sino colectivo.
No es un caso aislado: la violencia también habita los campus
En mayo de este mismo año, Sirley Vanessa López fue asesinada dentro del campus Palmira por un hombre armado, identificado como Brayan Tovar, quien luego se suicidó. Sirley era estudiante, como Juan Esteban. Una joven con sueños, como tantos. La violencia, esta vez externa, ya había irrumpido en el corazón de la universidad.
Ahora, el caso de Juan Esteban ocurre en circunstancias que aún no han sido aclaradas públicamente. Sin embargo, más allá de los detalles de su muerte, la universidad y el Estado están frente a una alerta que no deja de repetirse: la desprotección emocional, la falta de redes reales de apoyo y los vacíos en políticas de bienestar no son un rumor, son una realidad que cobra vidas.
¿Y si no es suficiente con el número de psicólogos?
Desde hace años, estudiantes y colectivos universitarios han exigido el fortalecimiento de servicios psicosociales. Acompañamiento real, no solo líneas telefónicas ni carteles de “cuida tu salud mental”. Porque cuando un joven muere en su universidad, el problema no es solo suyo, es del ecosistema que lo rodeó sin verlo.
La Gobernación del Valle, tras el hecho, expresó en redes sociales:
“Nuestra solidaridad y acompañamiento a su familia y comunidad universitaria. Reafirmamos nuestro compromiso con el bienestar emocional: Línea 106 está habilitada para escuchar a vallecaucanos”.
Y aunque el mensaje es valioso, muchos en el campus coinciden en que no basta con números de emergencia. Se necesitan acciones preventivas, protocolos eficaces, espacios seguros, formación docente en contención emocional y sobre todo, una transformación cultural en torno a lo que significa cuidar y ser cuidado en comunidad.
Un silencio que duele más que el hecho
El silencio oficial frente al contexto de la muerte de Juan Esteban genera más preguntas que respuestas. ¿Por qué cayó? ¿Qué lo llevó hasta ese lugar? ¿Había signos de alarma que no se atendieron? ¿Quién estaba ahí para escuchar?Mientras eso se responde —si es que llega a hacerse—, la comunidad universitaria lidia con el dolor, con la rabia, con la frustración de ver que su entorno no está exento de las violencias que enfrentan afuera.
No es solo duelo: es llamado a la acción
Más allá del comunicado, del duelo y de la espera por explicaciones forenses, la muerte de Juan Esteban Cedeño es una señal urgente de lo que debe cambiar. De lo que debe ser reformado, visibilizado y acompañado.Porque no se trata solo de números ni de tragedias aisladas. Se trata de construir una universidad que no solo forme profesionales, sino que cuide a sus estudiantes como lo que son: seres humanos en tránsito, en lucha, y muchas veces, en silencio.