Desde Guandong, Tiancheng Guan Situ y su familia emprendieron el viaje hacia Colombia, hacia la capital que les describieron como un mundo completamente distinto, pero que tenía grandes oportunidades para ellos. El encargado de extender la invitación hacia una de las ciudades más pobladas de China fue el tío de Tiancheng, que llevaba alrededor de 20 años en Colombia. Él era parte de la segunda generación de inmigrantes chinos en el país. Habían llegado entre las décadas de los 70 y 80, cuando China vivía un angustiante momento de pobreza y falta de oportunidades, por lo que muchos de sus habitantes partieron hacia diferentes lugares del mundo. En el caso de Colombia, Bogotá, sí, la ciudad que recibe a todos, era el principal destino para ellos.
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Unas décadas más tarde, Tiancheng llegó con sus papás. Tenía tan solo 8 años y era hijo único. Lo poco que recuerda de su primer viaje internacional es que fue largo y complicado, pues para ese momento su familia no tenía muchos recursos y tampoco conocían mucho de la muy mencionada por esos días Bogotá. Corría el año 2008 y la fría capital ya contaba con TransMilenio. En la mayoría de hogares había internet, y muchos estaban fascinados por la magia de los teléfonos móviles con teclado.
Su primer recuerdo palpable del lugar que se convirtió en su hogar es del primer fin de semana, cuando fue a conocer al imponente cerro de Monserrate y, en su inocencia, lo que más le sorprendió fue la iglesia que se posaba en esa montaña y las personas que con fervor se entregaban a un dios desconocido para él.
El tío de Tiancheng los esperaba en la avenida Primero de Mayo con avenida 68, espacio donde tenía su restaurante Wing Wah, en una casa de dos pisos con una estética sencilla, acompañada de cuadros que adornaban las paredes con referencias de la cultura china, nada ostentoso. De hecho, este es uno de los restaurantes chinos más antiguos de Bogotá y al parecer, se quedó congelado en el tiempo. Fue allí donde la familia de inmigrantes empezó a construir su nueva vida, aprendiendo el español y en el caso de su único hijo, adaptándose a la diferente educación de la ciudad. Para él fue un proceso más fácil, pues era pequeño y se supone que a temprana edad es más sencillo aprender un idioma. En cambio, hasta el día de hoy, a sus padres todavía se les dificulta pronunciar, conjugar y a veces escribir una que otra palabra.
Uno de los parques que queda cerca de este lugar es el favorito de Tiancheng, esto debido a que allí se consumó el amor más de una vez, pues allí se celebraron algunos matrimonios. Para él es el Parque de los Pollitos, porque cuando era chiquito recuerda que en aquella casita había una familia de pollitos, lo que asemeja como la viva representación de Bogotá: “Gente que se une para hacer algo que beneficie a la ciudad”.
En la búsqueda de oportunidades, la familia Guan Situ logró tener su propio restaurante Wing Wah en Bosa, en el suroccidente de la ciudad. Ese lugar donde la rutina empieza cuando el sol no ha salido y en el momento en el que aparece se muestra imponente entre ladrillos crudos, grafitis, antenas y cables que parecen enredar el cielo. A ese espacio donde las casas se aprietan unas con otras y se mezclan acentos de todas las regiones del país, llegó Tiancheng junto a su familia, adaptándose a la comida china de aquí, es decir, al arroz con raíces chinas que una que otra vez se acompaña con pollo frito.
Para ese momento, la única barrera era el lenguaje, porque la cultura no. Tiancheng reconoce que en Bogotá encontró su nueva vida de manera agradable. La nevera lo acogió con personas fuertes, amables, serviciales, trabajadoras y con una gran capacidad de asombro por lo extranjero. Sus rasgos resaltaban entre todos los rolos, morenos, blancos, negros y amarillos. Además de que también se convirtió en el escenario en que sus padres le darían un hermano, un pequeño que cuenta con todos las facciones orientales, pero con un corazón colombiano, 100% rolo, más que su hermano mayor.
A pesar de que la familia Guan Situ se radicó totalmente en Colombia dentro de su hogar, las tradiciones chinas se mantienen vivas, en su mayoría consumen pescados, pues vienen de una provincia costera. Eso sí, una que otra vez se cuelan platos de comidas colombiana. El favorito de Tiancheng es el ajiaco, la tradicional sopa que representa no solo a la capital, sino a la fascinante historia que hay detrás de cada hogar, cada cocina pequeña, cada abuela que se ha encargado de que la receta perdure en el tiempo. Él mismo aprendió a prepararlo para su familia. Las únicas veces que comen platos de aquí, sobre todo rolos, es cuando él los hace.
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De hecho, sus padres no suelen consumir la tradicional televisión colombiana, sino que usan WeChat para estar al día de todo lo que sucede en su país. Además, solo hablan mandarín entre ellos.
La Navidad es una fecha que los Guan Situ pasan desapercibida, pues es una celebración completamente occidental. Lo que sí celebran es el año nuevo chino. Tiancheng confiesa que se han dejado contagiar del 7 de diciembre, Día de las Velitas, en el que toda la ciudad, a través de estos pequeños elementos de cera, pide por lo que desea con anhelo. Las calles se iluminan hasta en los rincones más pequeños y la música acompaña a cada familia, ese ambiente que solo el que vive aquí logra entender. Y ni hablar de los buñuelos y la natilla, que han conquistado a la familia oriental.
La incipiente migración china a Bogotá
En Bogotá no existe barrio chino principalmente porque la inmigración china a Colombia no ha sido tan masiva o concentrada, por lo que aquí se han establecido de manera más dispersa. De hecho, se han dado algunas tensiones entre comerciantes chinos y locales en zonas como San Victorino, debido a la venta de productos a precios más bajos. Con todo esto, la familia de Tiancheng sí suele convivir con más personas chinas, sobre todo en el gremio de los restaurantes.
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El niño Dios, los rosarios, los santos, la Virgen y todas las creencias occidentales han tratado de mezclarse en ellos, pero Tiancheng y su familia se mantienen firmes con la religión popular china, la cual siguen practicando, a pesar de llevar décadas fuera de su país natal. Lo que sí es que Tiancheng, a sus 25 años, es de gran semblante, sonriente siempre que puede, pero también silencioso. Su rol dentro de su familia ha sido el de ser ese punto intermedio entre sus raíces y lo que significa ser nuevo en una ciudad que un principio se muestra amenazante, hostil, pero que poco a poco va cautivando a todo aquel que toca sus suelos y presencia los imponentes atardeceres que se posan en todos los ventanales al esconderse el sol.
El “chinito”, apodo que seguramente más de una vez le han dicho, escucha Kpop y artistas orientales que a sus padres les gustaban en su juventud, pero también se deja cautivar por el vallenato que se escucha en Bogotá, el chillón, el que unos oyen sin estar despechados con gusto y el que acompaña a muchos en sus penas. Su grupo favorito de vallenato es el glorioso Binomio de Oro.
Tiancheng estudió lenguas modernas para romper las barreras que ni la cultura le pudo imponer en un principio, pero el idioma sí. A pesar de que de nacimiento es de origen chino, su corazón es colombiano y para él, Bogotá es la cuna de muchos extranjeros, el hogar que le brinda apoyo a cualquiera que la pisa.
Hoy, Tiancheng camina por las calles de Bogotá y sobre todo de Bosa sin perderse, saluda al tendero por su nombre, prepara ajiaco los fines de semana y discute con su hermano menor en español con el acento rolo marcado que tienen ambos. A veces, sus padres lo miran en silencio, con ese orgullo que no necesita traducirse. Aunque sus ojos siguen siendo los mismos que miraron por primera vez a Monserrate desde abajo, su historia ahora está tejida en dos idiomas, dos cocinas, dos formas de entender el mundo.Bogotá, con su cielo incierto, sus buses llenos, su ruido y su calma, lo abrazó como a tantos otros. No hizo preguntas. Solo le abrió espacio entre sus montañas y lo dejó crecer. Porque Bogotá es eso: una ciudad que no siempre sonríe y que a pesar de que coincide con más de un desagradecido, nunca cierra la puerta. Un lugar donde cada quien puede encontrar, con el tiempo, un parque que se llame “de los pollitos”, una esquina donde sentirse en casa, y un trozo de cielo que también le pertenezca y haga sentir en casa a cualquiera.
*Esta crónica hace parte de un especial periodístico de PUBLIMETRO COLOMBIA a propósito del cumpleaños número 487 de Bogotá. Puede consultar todos los contenidos aquí.

