Pausas para reconectarnos

Algunas situaciones pueden abrumarnos al punto de bloquearnos. A veces es cuestión de parar, así sea por unos minutos, para quitarle espacio al monólogo interior: Manuel Gómez Vega

Foto: Cortesía
Conmemoración. El 1 de octubre se celebra el Día Internacional del Café.

En su libro Effortless Mastery, Kenny Werner cuenta que cuando era niño solía distraerse en el colegio fácilmente y, luego, al llegar a casa, no sabía bien qué hacer, por lo que pasaba la tarde viendo televisión, cosa que aquietaba su mente. “Me iría a dormir habiendo tomado la resolución de empezar mejor el día siguiente. Pero al día siguiente me abrumaba y todo el proceso disfuncional comenzaba de nuevo. Pensaba, en mi autodesprecio, que era vago y estúpido. El infierno mental en la tierra es despertarse con expectativas cada mañana e irse a dormir decepcionado de uno mismo todas las noches”.

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Si bien asocio esta sensación a mis días de colegio, todavía hay días en los que aún me siento así. No especialmente estúpido, pero sí perezoso… aunque no pare, aunque no deje de hacer cosas a lo largo del día. Esta sensación, quizás familiar para muchos, tiene que ver con la idea de pasar el día resolviendo lo que es urgente en lugar de lo que considero importante.

Werner plantea la necesidad de ser amable con uno mismo, especialmente en esos momentos –algunas personas, al oír esto de ser amable con uno mismo, asumen que se trata de autoindulgencia; en realidad, es más asumir que ejercer más presión de la necesaria no va a hacer que hagamos mejor las cosas.

Sin embargo, el ritmo o la presión pueden ser tales que la mente corre mientras la amabilidad camina. Abrumarse es dejar el chorro abierto del monólogo interior y no prestar atención hasta que llegamos al punto de no saber por dónde empezar. Con o sin acción de por medio, nuestra cabeza está en automático, que es otra manera de decir que no está acá, sino en la nebulosa de las expectativas y de escenarios que no tenemos al frente.

A veces, noto que es suficiente hacer una pausa, algo que me obligue a parar para reconectarme, al menos como primer paso. Pensemos en las pausas activas, por ejemplo. Es, si se quiere, una práctica, una obligación para hacerle mantenimiento al cuerpo y seguir andando. Pero, también, es una oportunidad para reconocer nuestro cuerpo, para entrar en diálogo con músculos de los que no estamos conscientes, ¡incluso para notar que existen! Tomar un café saboreándolo, levantar la cabeza de la pantalla para ver algo o alguien de manera detenida, leer una frase de un libro, no importa. Al generar un tiempo y espacio para reconectarnos, le quitamos oxígeno al monólogo interior. Incluso notar que no logramos parar y distanciarnos es un paso, quizás una señal de que necesitamos detenernos con más frecuencia.

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