Hace poco tomé un curso básico sobre seguridad informática. Nada muy elaborado, apenas unos tips. Una de las cosas que mencionaban era que, con frecuencia, las estafas tienen un sentido de urgencia para que caigamos con facilidad y demos información que normalmente no daríamos. Un ejemplo clásico es cuando alguien nos llama en nombre de un conocido que está en problemas y necesita dinero para resolverlos.
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Lo que me sorprendió es que el sentido de urgencia no se diferencia mucho del lenguaje que se usa para vendernos cosas: la oferta por tiempo limitado, el libro o la película im-per-di-ble, el secreto que nadie más quiere que sepas, ese producto que nos hará únicos, más felices, más sabios, más ricos y, por tanto, ¡más libres! A veces, nuestra necesidad de creer que los productos nos harán sentirnos más completos es tal que no requerimos de otros para imprimirles el sentido de urgencia.
Sin embargo, si uno se atiene a algunas afirmaciones budistas, antes de ocuparnos de los evidentes problemas del capitalismo valdría la pena detenernos en nuestra relación con el deseo.
Se puede plantear que es mucha la gente que ni siquiera tiene satisfechas las necesidades básicas y que hasta que no instalemos un sistema más justo la posibilidad de tener una vida plena o al menos más feliz o tranquila es imposible. Si eso fuera cierto, las personas que tienen esas necesidades satisfechas o incluso más de lo que necesitan deberían ser más felices. ¿Es el caso? Solo hay que mirar alrededor.
El budismo plantea, entre otras cosas, que nuestra relación con el deseo puede ser una fuente inagotable de infelicidad. Es tan redondo el “problema” que la misma potencial solución, la búsqueda de no desear, es un deseo en sí mismo.
Si en algo ha sido exitoso el capitalismo es en su capacidad de explotar nuestra relación con el deseo: es la base de su efectividad, el impulso que mantiene la rueda en movimiento.
No hay mejor consumidor que aquel que, en constante estado de insatisfacción, cree que existen situaciones o personas o nueva información o deseos satisfechos que no tienen reveses o que no presentan nuevos problemas. Lo hermoso, lo brillante del capitalismo es su capacidad de seducción, su capacidad de que caigamos una y otra vez en la ilusión de que a través de ciertos bienes o experiencias, imprescindibles siempre, por fin llegaremos, por fin nos sentiremos completos. Más aún, está tan bellamente construido que nos hace creer que el estafador está afuera.