Opinión

Domicilios y Domiciliarios

“Las quejas vienen de todos lados, los establecimientos que utilizan estos servicios se quejan de las altas comisiones que cobran. Las redes sociales están llenas de quejas porque lo pedido no llegó completo o llegó deteriorado, que además poco o nada hace la cadena de domicilios, pide disculpas y nada más”: Andrés Charria

Congreso despachó ley que regula a trabajadores de plataformas digitales Foto: Referencial / Aton

Hace casi 40 años empezamos la invasión del ciclismo a Europa. En 1984, Martín Ramírez ganó la primera carrera profesional importante, el Dauphiné Liberé. Decían en aquella época que parte del éxito de Ramírez fue que su trabajo fuera de los entrenamientos era ser domiciliario de una droguería de Bogotá. También se comentó que había sufrido un grave accidente repartiendo medicamentos a domicilio.

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Bogotá durante mucho tiempo fue adelantada en temas de servicio a domicilio; mucho antes de AMAZON, RAPPI y la irrupción de aplicaciones de celular y servicios de multinacionales que a un alto precio hacen lo que hasta hace poco lo hacían los domiciliarios de antaño. Todas las droguerías tenían dentro de su publicidad dos servicios propios de estos establecimientos, inyectología y, como no , servicio a domicilio. En aquella época las droguerías tenían gran cantidad de productos adicionales a los medicamentos, revistas porno, cigarrillos y licor. Todo era llevado por jóvenes en bicicleta a las casas.

Por aquella época lo único que se podía ver fuera de nuestra gran ciudad en temas de domicilios eran las pizzas que los gringos pedían y que las llevaban en carro. Esto por supuesto llegó a Colombia y se hacía también en bicicleta y a veces en moto. La ciudad todavía ofrecía una movilidad más o menos decente y las grandes cadenas ofrecían la pizza gratis si no llegaba en determinado tiempo. Gracias a mi dirección algo confusa (otra característica casi exclusiva de Bogotá, con sus diagonales, transversales y bis) las pizzas llegaban diez o quince minutos tarde. Luego me enteré que quien pagaba esa pizza era el domiciliario y terminé con esa divertida práctica.

Como innovamos casi siempre más en lo bueno que en lo malo, apareció el servicio a domicilio de marihuana y otras sustancias prohibidas; un amigo tenía en su libreta de teléfonos a la familia Laverde y a la tía Blanquita para pedir ya saben ustedes qué.

El tiempo fue diversificando y aparecieron servicios especializados. Me acuerdo de El Correo de la Noche que llevaba trago, cigarrillos y leña para las rumbas bogotanas. La ciudad cada vez era más grande, insegura y salir no era opción para muchas cosas. Las casas de cambio llevaban, o llevan, dólares y euros a domicilio para evitar asumir riesgos.

Prácticamente todo tenía servicio a domicilio; como usuario de moto que soy, hacía mercado grande en el Éxito y todo me lo llevaban a mi casa, la tarifa era realmente cómoda, si no estoy mal apenas dos mil pesos. Con el beneficio que implicaba para mi no subir bolsas pues vivo en un tercer piso sin ascensor.

Para principios de siglo prácticamente cualquier negocio tenía servicio a domicilio que funcionaba perfectamente. Flores, médicos, mecánicos y cualquier servicio era posible pedirlo para llevar a la casa, los recargos eran mínimos y el servicio, repito, era adecuado.

De buenas a primeras empezaron a aparecer sustitutos al domiciliario de la droguería o al servicio a domicilio del supermercado y surgieron aplicaciones mucho más costosas y con servicio bastante deficiente. Las quejas vienen de todos lados, los establecimientos que utilizan estos servicios se quejan de las altas comisiones que cobran. Las redes sociales están llenas de quejas porque lo pedido no llegó completo o llegó deteriorado, que además poco o nada hace la cadena de domicilios, pide disculpas y nada más.

Adicional a lo anterior se unieron los propios domiciliarios que se sienten explotados por estas grandes compañías que ganan muchísimo dinero. Como se trata de entregar los productos rápidamente, aparecieron kamikazes en bicicleta que en andenes, en contravía o a través de los parques pedalean sin importar normas de tránsito o los transeúntes desprevenidos. Ni qué hablar de unas nuevas especies de bicicletas con motor que invaden ciclovías, andenes, ciclorrutas y cualquier espacio libre. Estas, a pesar de ser bicicletas, tienen motor y pueden alcanzar velocidades de moto, los domiciliarios van sin placa, con frenos precarios y por supuesto sin casco. No hay semáforo en rojo o señal de pare que estos bárbaros respeten.

No creo que sea un tema de reforma laboral pero si es el momento de regular esta actividad para generar seguridad y tranquilidad a domiciliarios, clientes y establecimientos usuarios.

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