Creaciones en la duermevela

Cuando creamos, ¿somos realmente nosotros quienes lo hacemos o somos apenas intermediarios? En el siguiente texto, Manuel Gómez Vega se detiene en esta pregunta y trae a colación algunos ejemplos.

“Keith Richards: Under the Influence”. Disponible a partir del 18 de septiembre. Foto: Netflix. Imagen Por:

Hace poco vi el capítulo “The Brill Building in 4 Songs”, de la serie This is Pop de Netflix. En este aparece Linda Perry, compositora y productora y quizás mejor conocida como la cantante de 4 Non Blondes, el grupo del inmenso hit de 1993 “What’s Up?”. Cuando le preguntan sobre el proceso de composición, plantea: “Sé cuándo parar y sé cuándo una canción es encontrada. Ahí está, acabo de escucharlo pasar, ya está, ya sabes, y estoy como ‘está bien’. Y luego entramos aquí [al estudio] y comenzamos a escribir todas las palabras que se dijeron. Y ahí está la canción”. El entrevistador interrumpe: “Uau, es como si estuvieras interviniendo en algo más”. A lo que ella aclara mientras con la mano señala hacia arriba: “No estoy interviniendo, alguien está interviniendo, interviniéndome. Soy un canal, lo sé”.

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Esta idea de que uno no crea, sino que es apenas un intermediario, no es en absoluto nueva. La idea de que un dios o espíritu interviene es una explicación, pero es apenas una más; dos casos muy conocidos en los que no se hace mención alguna a la divinidad se me vienen a la cabeza.

Según Paul McCartney, la melodía de “Yesterday” le llegó en un sueño. Al despertar fue a un piano cerca para confirmar la tonalidad en la que la había soñado y solo la tocó. “No creía que la había escrito. Pensé que tal vez la había escuchado antes, era otra melodía, y estuve semanas tocando los acordes de la canción a personas”. Valga anotar que la melodía no le llegó completa a McCartney y que pasaron 18 meses antes de que estuviera lista para ser grabada.

“(I Can’t Get No) Satisfaction”, quizás la canción más famosa de los Rolling Stones, tiene una historia parecida. Según Keith Richards, en su primera gira por Estados Unidos, después de un concierto el 6 de mayo de 1965, estaba durmiendo en el hotel cuando se despertó con el riff de guitarra y el estribillo de la canción en la cabeza. Los grabó en una casetera portátil y se volvió a dormir. Cuando volvió a oír la cinta estaban el riff de guitarra y, después, sus propios ronquidos.

Es curioso que ambas canciones hayan surgido del sueño o la duermevela, pero no es extraño que suceda. Quizás algunos hemos oído antes que las mejores ideas se producen cuando uno se está duchando o montando bicicleta y que algunos aconsejan tener un cuaderno a la mano en la mesa de noche para anotar las ideas que soñamos y que pueden ser la base de creaciones más estructuradas. Incluso el uso de sustancias psicotrópicas en la creación tiene entre sus fines, además de alterar los sentidos, quitar al yo –o los miedos internos de toda índole– de en medio.

Lo que comparten todas estas experiencias es que la creación no se asume como propia, bien sea porque la mente está distraída o tan cansada que no puede poner en guardia a todos sus recursos para recordarnos nuestro drama y bloquear el flujo creativo, bien sea creemos que es alguien más el responsable del resultado del proceso de creación. Es un recurso, espontáneo o deliberado que, como dice un amigo, “sirve para echarle la culpa a otro” y, por tanto, nos quita presión de encima.

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