El determinismo: un asunto de ranas y escorpiones

Manuel Gómez Vega reflexiona sobre la naturaleza humana: ¿estamos predeterminados a hacer lo que se espera que hagamos?

Este es un escorpión emperador, fotografiado en la Tierra Foto: Wikimedia.org

Una fábula que algunos juzgan budista y otros atribuyen a Esopo cuenta que un escorpión quiere cruzar un río, para lo cual le pide ayuda a una rana. Desconfiada, esta se niega, pues teme que la pique con su aguijón. El escorpión insiste y la rana accede asumiendo que no tendría sentido que este la pique, pues en tal caso tanto ella como él morirían ahogados. Todo va bien hasta la mitad del río, cuando aparecen remolinos y el escorpión se pone nervioso y pica a la rana. Mientras se hunden, la rana le pregunta por qué lo ha hecho. El escorpión solo responde que no ha podido evitarlo, pues picar está en su naturaleza.

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La fábula nos habla de la sorpresa de la rana, pero no nos dice si su pregunta parte del asombro o del sufrimiento. En el primer caso sería una pregunta espontánea; en el segundo, una recriminación porque el escorpión actuó como tal y no como ella esperaba –como si tuviera posibilidad alguna de hacerlo.

No tendría mucho sentido juzgarlo; por su respuesta final, uno entiende que el pobre no gozaba de libre albedrío: no tenía poder de elegir ni de tomar sus propias decisiones. Pero bueno, una cosa son ranas y escorpiones y otra muy distinta los seres humanos… ¿O no? Según el determinismo, no somos tan distintos. Este acercamiento al mundo plantea que “todo fenómeno está prefijado de una manera necesaria por las circunstancias o condiciones en que se produce, y, por consiguiente, ninguno de los actos de nuestra voluntad es libre, sino necesariamente preestablecido”. En otras palabras, la manera como actuamos no tiene que ver con nuestra voluntad, sino con causas de las que, a veces, no somos conscientes: cómo fueron nuestros primeros cinco años, la manera como nos educaron, la familia en la que crecimos, experiencias pasadas, los traumas y un largo etcétera que se entreteje para que seamos las personas que somos en determinados momentos.

El determinismo abre un boquete que para muchos es difícil de tragar: si nuestra voluntad no interviene en la manera como actuamos, en el fondo no somos responsables de nuestros actos y, por tanto, no somos culpables de nada.

Pero, así como puede ser un boquete para una especie de impunidad cósmica, también nos puede dar una herramienta de liberación frente al sufrimiento que nos puede causar que las personas no actúen de manera distinta a como actúan. ¿Por qué esperar que un alacrán no pique? Lo sorprendente es que creamos que puede dejar de hacerlo.

Se podría alegar que, en el aguijón, la rana tenía una idea visible del riesgo que corría al cargar al alacrán, mientras que con las personas no hay tal. En realidad, los seres humanos somos más torpes: a veces, aún conociendo buena parte de la historia de vida de una persona, nos sorprendemos de que actúe como bien sabemos que podría actuar y hasta nos indignamos por ello.

Con base en el determinismo, uno podría creer que cada uno hace lo mejor que puede con las herramientas que tiene y que, incluso si no hace lo mejor que puede, es algo que no depende de uno mismo. Si asumimos esta aproximación, ante esta realidad podemos entrar a juzgar, algo que nos desconecta, o compadecer, algo que nos recuerda que no somos más que escorpiones, usando el aguijón para picar a otros o a nosotros mismos, por cuenta de impulsos que desconocemos.

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