Ni Game of thrones ni Los Soprano ni Seinfeld, la mejor serie de televisión de todos los tiempos es El precio de la historia. Emitida en ciento cincuenta países y traducida a casi cuarenta idiomas, su trama es sencilla y apasionante a la vez: el propietario de una tienda de empeños en Las Vegas, su hijo y su mejor amigo reciben en cada capítulo a personas que quieren vender de todo, desde joyas y carros hasta artículos deportivos, históricos y videojuegos. El programa fue noticia en Colombia la semana pasada porque alguien les vendió una camiseta del Bucaramanga en cien dólares, lo que significa que, después de 22 temporadas y 600 episodios, por fin tumbaron a esos tipos.
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Ya en serio, lo interesante del programa es que lo que para muchos es material de sótano, e incluso basura, se puede convertir en un tesoro a los ojos del experto de turno que lo avalúa. En algún capítulo, la sola cabeza de un juguete antiguo se vendió en unos cuatro mil dólares, algo más de diecisiete millones de pesos.
Lejos de aquella cantidad, no deja de sorprender que la camiseta del Atlético Bucaramanga se vendiera en cien dólares. Dicha cifra significa que en la casa de empeño no la van a vender por menos de doscientos dólares porque la política de la compañía es ofrecer la mitad de lo que saben que alguien puede pagar por un objeto. Es decir, en algún momento alguien pagará cerca de un millón de pesos por una prenda que en una tienda de ropa deportiva no está ni cerca de tal precio. Eso sí, a su favor hay que decir que está firmada por los jugadores del equipo, de ahí su valor.
La noticia es tan sorprendente como chistosa, ya que Bucaramanga da risa por sí sola. No pregunten por qué, pero su solo nombre es cómico. Luego está calzado Bucaramanga y José Ordóñez, creador del programa de humor Ordóñese de la risa, que le agregan comicidad a todo lo que tenga que ver con la ciudad. Pero lo que da más risa (risa nerviosa en realidad), es que sus habitantes tienen fama de bravos y se ofenden si les tocan su tierra, de ahí que se sienta uno tentado a burlarse así se sepa que no va a salir bien parado. Es jugar con fuego sabiendo que no debe hacerse, adrenalina pura.
Apuntes a un lado, lo cierto es que en uno de los programas de televisión más vistos del mundo se pagaron cien dólares por una camiseta de un equipo del fútbol colombiano que nunca ha sido campeón de primera división y que jugó unos años en la B. Clientes hay para todo, aunque no siempre, ya que recuerdo dos objetos valiosos que no se pudieron vender en el programa. El primero, un trofeo de la llamada Triple Corona, el premio más valioso del hipismo norteamericano, galardón que solo se ha entregado trece veces desde el siglo XIX; el segundo, el primer contrato de los Beatles firmado por sus cuatro integrantes.
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O sea, lo que no pudieron conseguir el grupo de rock más popular de la historia y uno de los reconocimientos más exclusivos del deporte mundial, lo logró el club que juega de local en el estadio Alfonso López, donde caben unas veinticinco mil personas. Hace poco pagaron nueve millones de dólares por la camiseta que usó Maradona contra Inglaterra en el 86 y yo solo me pregunto dos cosas: ¿Cuánto hubieran ofrecido los Harrison, expertos en regatear, por dicha prenda? ¿Cien mil dólares? ¿Cincuenta mil? Y lo segundo: ¿Cuánto pagarían por ese trapo devaluado que es hoy la camiseta de mi Junior?