Opinión

Yo opino

“Resulta que ahora a un deportista le toca no solo ser impecable, cuidarse de los rivales y las lesiones, sino tener cuidado con emitir un concepto, no vaya a ser que la tribuna se ofenda”

Egan Bernal (EFE)

Aunque opinar sea un oficio cada vez más devaluado y complejo a la vez, agradezco poder hacerlo desde mi posición de periodista, o de ciudadano común y corriente más bien, y no como deportista. No es mentira esa frase que afirma que les pedimos más a nuestros deportistas de élite que a nuestros políticos, y ahora, además de exigirles que ganen y que además lleven una vida ejemplar libre de toda tacha, les demandamos que piensen como nosotros, o que no piensen y que se dediquen a lo suyo sin hacer ruido.

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Pasó durante las elecciones con Egan Bernal, que a través de Twitter expresó su apoyo a Fico Gutiérrez y luego a Rodolfo Hernández. Y más que apoyo a sus candidatos de confianza, salió con unos tuits que dejaban en claro que era más antipetrista que otra cosa. Uno puede ser pro lo que sea y anti cualquier cosa, faltaba más, pero era rara su forma de expresarse, como si aquel deportista serio y tranquilo que vemos en la carretera estuviera poseído detrás del teclado, o sus trinos fueran escritos por alguien más.

Lo cierto es que le cayeron encima por lo que dijo (y también por la forma en que lo dijo), y hubo gente que hasta se alegró que meses antes hubiese tenido un grave accidente que puso en peligro su vida y de paso lo dejó por fuera de la temporada. Es cierto que todos, deportistas o no, deberíamos guardar las formas a la hora de expresarnos así no siempre nos salga, pero reclamarle respeto a nuestro contradictor no es lo mismo que celebrar los males que le ocurren.

Algo parecido ocurrió hace unos días cuando Rigoberto Urán se refirió con algo de crítica a la ya famosa expresión ‘Vivir sabroso’. De inmediato, miles que antes celebraban no solo sus triunfos sino su forma de hablar, se le voltearon. No solo festejaron que vaya a más de una hora del líder del Tour y le sacaron los traposo sucios por una noticia sobre unos dineros que recibió para el Tour de Rigo, sino que señalaron su forma de hablar. Antes sus frases, llenas de gonorreas, maricas e hijueputas, eran chistosas y desenfadadas. “Qué chimba de man” era más o menos el consenso general. Ahora lo suyo es vulgaridad y chabacanería, toda una falta de respeto hacia el público.

Se están demorando en hacer lo mismo con Nairo, supongo que es cuestión de que abra la boca y deje en claro lo que piensa sobre política. En el pasado ya lo han tratado de fracasado y perdedor por no haber podido ganar el Tour de Francia, desconociendo el ciclista excepcional que es.

Son tres los errores que cometemos con las figuras públicas de este tipo: de arranque, el problema es idealizarlas, creerlas superiores porque tienen una habilidad excepcional de la que viven. Luego, pensar que los esfuerzos y sacrificios los hacen por nosotros, los hinchas, y por la tierra en que nacieron, y no por ellas, sus familiares y personas cercanas. Y por último, censurarlas por tener una opinión diferente a la nuestra, como si nos debieran algo.

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Como decía al comienzo, resulta que ahora a un deportista le toca no solo ser impecable, cuidarse de los rivales y las lesiones, sino tener cuidado con emitir un concepto, no vaya a ser que la tribuna se ofenda. ¿Qué creemos? ¿Que están ahí no solo para sacar sus carreras adelante y posar para la foto con la boca cerrada, sino para aguantar todo tipo de ataques y comentarios sin contestar como si fueran un saco de boxeo? ¿En qué momento empezamos a creernos sus dueños? Si lo que quieren es oír conceptos acordes a los suyos que no cuestionen sus creencias, mejor apaguen el televisor y háblenle al espejo.

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