Columnistas

La alegría de escribir

El otro día me encontré con un viejo colega de periodismo y terminé con la moral por el piso. Poniéndonos al día con nuestras vidas y con la actualidad del oficio me contó que está dirigiendo una revista y que hoy paga a los colaboradores la mitad o menos de lo que se pagaba cuando éramos compañeros de publicación, hace ya doce años. Y ojo que no estoy hablando de la revista de la junta de acción comunal de la urbanización Villa Patricia segunda etapa, sino de una publicación de circulación nacional, propiedad de una de las personas más ricas del país.

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Que la escritura es un oficio que está mal remunerado lo sabía desde cuando en la universidad decidí pasarme de economía a comunicación social, lo que nunca pensé es que me iban a tocar tarifas de hambre. Una cosa es no tener plata por estar desempleado, y otra, que aun trabajando no alcance para llegar a fin de mes. Crear pobreza a partir del empleo, vaya truco el que se inventó el capitalismo.

Escribir es muy puto como para que lo paguen tan mal, tan puto que hasta los mejores oradores ven una hoja en blanco y se asustan. Quienes no escriben se desviven buscando gente que sepa hacerlo, pero a la vez no están dispuestos a pagar lo que cuesta tal esfuerzo. Porque una vez te piden un artículo tienes que entregarlo lo mejor posible: impecable ortografía y gramática, fluidez, fortaleza en los argumentos; todo para que el editor (cuando hay uno) solo tenga que darle un leve repaso. Luego ves lo que te consignan y el desinfle no tiene nombre. Y la decepción no solo tiene que ver con la paga, sino con uno mismo.

Durante el proceso das lo mejor y te sientes Shakespeare, pero cuando te ves publicado te da por releerte y descubres que no estuviste cerca de ser ni la mejor versión tuya siquiera. Y eso pasa porque de tanto escribir esperas que cada vez seas mejor hasta alcanzar la excelencia, pero poco a poco entiendes que el cuerpo tiene sus límites y que nunca lograrás a ser el escritor extraordinario que soñabas. Para ser brillante hay que tener un talento desmesurado del que careces y lo único que salen de tus dedos son frases correctas apenas que se caerían como naipes de ser analizadas al detalle.

Yo he decidido pasar del periodismo a la literatura y por tal cosa mi vida es rara ahora, es como coger lo he hecho durante veinticinco años y tumbarlo para construir otra cosa; una especie de pasillo largo, estrecho y sin ventanas por el que transito. Sigo escribiendo para medios, pero no soy periodista, y estoy haciendo libros, pero no me considero un escritor literario. Lo primero lo desdeño aunque viva de ello, y lo segundo lo anhelo a pesar de que no me dé ni para el arriendo (todavía).

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Y entiendo que el tema de las tarifas obedece más a la economía que al periodismo en sí, oferta y demanda en estado puro. Muchas veces se habla de la responsabilidad de los medios, de su compromiso con la verdad, la sociedad y sus lectores, pero poco se habla de la responsabilidad con sus empleados y colaboradores. Igual te pagan poco que nada, y hoy estás y mañana te dicen adiós sin remordimiento. Pocas veces los medios han sido rentables, por eso muchos son ahora propiedad de millonarios o de grandes corporaciones que obtienen ganancias de otras actividades. Y por el poder que les da el dinero hacen con sus propiedades lo que les antoja, por eso vemos sueldos cada vez más bajos, porque saben que para los comunicadores es aceptar eso o desaparecer. Allí donde antes había periodistas valientes y con criterio ahora hay cada vez más empleados sumisos y llenos de miedo a quedar cesantes. Esa no es manera de vivir.

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