Aunque todavía faltan desarrollos políticos que van a copar la atención ciudadana en estos apretados y febriles días, ya es posible sacar algunas conclusiones.
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El llamado establecimiento es el primer derrotado. Y lo fue en gran escala. Todas las fuerzas, desde las antiguas -conocidas como partidos tradicionales- hasta los nuevos grupos no alternativos, se refugiaron en la misma trinchera y allí recibieron una enorme derrota. Aunque tratarán ahora de medrar haciendo cálculos sobre el posible ganador e intentarán conseguir su tajada, el hecho determinante de la política es que todo el establecimiento sufrió una enorme paliza, porque aun con sus diferencias, el denominador común entre Petro y Rodolfo es su compromiso con un cambio de fondo. Menos profundo el de este último, hasta donde se sabe, que no es mucho, pero su bandera anticorrupción caló y en sus electores primó la idea de jubilar a los políticos.
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Pero ahora el problema es el tipo de cambio que se le propone a los electores como disyuntiva irremediable. Derrotado Fajardo, que proponía un camino serio y razonable, lo que se viene será una realidad de dos caras: ambos candidatos luchando por conseguir adhesiones, aún si no son las más presentables y, a la vez, un mar de descalificaciones mutuas. Petro dirá que Rodolfo de todos modos es el uribista disfrazado, a lo cual contribuirán las adhesiones ya conocidas e inmediatas de sectores de radicales del uribismo. El desafío para Rodolfo es cómo manejar estas adhesiones, digamos de lejitos, como quien no quiere la cosa. Y el Ingeniero, a su vez, tratará de pintar a Petro como un exguerrillero peligroso. Aquí el desafío es cómo manejar ese lenguaje sin perder el aura de alternativo y antisistema.
Por último, ¿qué es lo que ha ocurrido?
Es claro que el telón de fondo de la coyuntura es el desasosiego, el miedo, la indignación y la crisis social. Pero esto hubiese podido ser conducido sin esta ruptura, si no hubiese coexistido con la enorme desconfianza sobre todas las instituciones. Esto tiene un responsable: Álvaro Uribe. Varios años de patear las cortes, enviar mensajes de odio, atravesarse a la paz, someter al país a una feroz diatriba contra Santos y, en fin, utilizar un lenguaje corrosivo (“vayan votando mientras los meten a la cárcel”, “no estarían cogiendo café”), fue creando una sensación de ilegitimidad que cobró factura el pasado domingo.
Más allá de las particularidades, el resultado electoral fue una ruptura con la forma como el Centro Democrático venía manejando el país.
El panorama ahora es de incertidumbre. Haber clausurado una fase tan errática, abre posibilidades al país. Ojalá no se desperdicien en la simple reiteración del fanatismo y la ferocidad.
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