“No arranquemos las sillas, por favor”, es lo que decía la angustiosa voz del estadio del Unión Magdalena mientras que los hinchas del club se lanzaban como un enjambre rabioso a destruir todo lo que a su alrededor se encontraba a su paso. Los futbolistas que, pocos minutos antes, habían estado en cancha durante 72 minutos en los que el local y Junior iban empatando 1-1 salieron a buscar la mejor manera de huir ante semejante pandemonio.
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No es la primera vez que el estadio Sierra Nevada es el escenario de la barbarie: cuando el club terminó relegando su lugar en la primera división, hubo gravísimos incidentes, con entrada de fanáticos de nuevo a la grama. No bastó haber sufrido el infierno que significa para cualquier institución, y al volver a la categoría de honor, de nuevo los problemas empezaron a desatarse en una suerte de sino maldito.
Hace un par de fechas las mismas imágenes recorrieron el país. Tras ir cayendo 0-1 ante Atlético Bucaramanga, una manga de salvajes se saltó las graderías y terminó en el césped con el único fin de hacer justicia por su propia mano con los futbolistas del “ciclón”, quienes fueron agredidos. Como si pegarle a alguien supusiera una inmediata mejora en el rendimiento. Una vergüenza propiciada por algunos de sus seguidores y que va muy de la mano con la patética realidad de una institución empequeñecida, mucho más en este año.
Apenas dos triunfos (ambos 2-1 frente a Envigado y Rionegro Águilas), siete goles a favor en 16 partidos, un técnico que fue cesado para que dirigiera las inferiores del club y el que estaba al frente de las inferiores lo usaron para que ocupe ahora el cargo de titular, hinchas que cada jornada arman problemas… El Unión Magdalena, uno de los equipos más queribles en el profesionalismo colombiano, el primer campeón de la costa en primera división, el club que fue hogar inicial de Carlos Valderrama, hoy es un incordio, es un fastidio. Es una piedra en el zapato.
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Pero es un poco esa determinación del destino en entender que todo lo que comienza mal, debe terminar mal; es como si su estancia en primera fuera una especie de penitencia que va a tener que pagar y no un derecho que ostenta con orgullo y honor. Nadie todavía puede olvidar aquella definición por el ascenso ante Llaneros y el estatismo de sus rivales en un momento que exigía mayor entusiasmo y justo, desde ese instante en el que Ethan González y Johnatan Segura anotaron dos goles que siguen siendo observados con profunda sospecha, el Unión ya no fue tan querible. Una clara muestra de ese desapego general por el Unión han sido las silbatinas que se ganó en varios estadios del país cuando saltó al campo, sin siquiera haber tocado una pelota, chiflidos motivados por ese recuerdo nefasto del encuentro ante Llaneros y testimonio vivo de que la memoria es más fuerte. También, en este recuento de triunfos de hojalata, habría que añadir que el Magdalena debe ser el ganador más anodino, menos celebrado, en la historia del torneo de segunda, en medio de esa definición por el título ante Tuluá por penales que se llevó el rótulo de ser la final menos importante, más innecesaria y sobrante que se haya disputado en todos los años de profesionalismo.
Algún día el Unión tendrá que recuperar esa grandeza perdida. Lo seguro es que este año ya no fue, porque nadie que rodee al club ha tenido un mínimo gesto que los haga merecedores de un indulto.