La imagen la vi en Barranquilla semanas antes de que nos encerraran por la pandemia y me pareció chistosa, por eso le tomé foto. Ahora que volví a verla recordé el famoso eslogan que rezaba “De esta salimos mejores”, creyendo que el coronavirus nos iba a hacer mejores personas, y más que risa me produce es tristeza, básicamente porque seguimos siendo los mismos de siempre.
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Porque podrá parecer curioso, incluso provinciano, pegar un letrero al lado de un ascensor para reafirmar lo que el mismo ascensor ya dice: que la flecha de arriba es para subir y la de abajo para bajar, pero es que muchos no lo tienen claro y pueden creer que, si están en un piso alto y el ascensor en uno bajo, tienen que espichar el de subir para que éste suba, así ellos quieran bajar y no subir. Típicos enredos de la vida moderna. Hay otros a los que les importa poco el asunto y espichan los dos botones porque creen que así el ascensor llega más rápido.
No sabemos cómo funcionan las áreas de uso común los colombianos, somos unos ñus. ¿Han visto a ese animal? No solo tiene aspecto raro, como de no pertenecer a este mundo, sino que se la pasa llevando del bulto. Se lo comen los leones en las grandes estepas y los cocodrilos cuando se acercan a beber agua a algún río. Son unas bestias y pareciera que no entienden nada de lo que pasa a su alrededor; justo como los colombianos.
Porque ya no pasa solo con los botones del ascensor, hay que vernos en una escalera eléctrica: creemos que le caben dos personas para que podamos ir conversando con nuestro amigo, ignorando que hay que usar el lado derecho si queremos ir parados y dejar el izquierdo libre para los que quieran subir o bajar caminando, por si van de afán. Lo mismo pasa en las carreteras. Bien poquitas hay decentes en este país, y las que son de dos o tres carriles muchas veces van bloqueas porque quienes las transitan ignoran que el carril izquierdo es para alta velocidad, el de la mitad para velocidad media y el derecho para los que andan más despacio. No, nosotros creemos que es para andar por el que se nos antoje; qué dicha, más espacio para nosotros. Antes no las transitamos en zigzag para poder ocupar todos los carriles al tiempo.
¿Y los round point? A veces no les decimos glorietas ni rotondas, sino ‘romboy’. No sabemos cómo se llaman, ahora vamos a saber cómo se usan. Yo suelo pedirles a los taxistas que no cojan uno mientras van conmigo, así el viaje sea más largo y la carrera salga más cara. ¿Colombianos embolatados tratando de salir de o entrar a un ‘romboy’? Muchas gracias, pero es un espectáculo que prefiero perderme. No sé cómo no se han matado todos ahí.
Es que tampoco sabemos usar direccionales, lavarnos las manos, votar o ponernos un condón, según un artículo que leí el otro día. Y encima, las cebras no las pasamos por la faja, y en esta ocasión no me refiero al animal africano, sino a las de la calle, las destinadas al cruce de peatones. No es solo que los transeúntes atraviesen las avenidas por donde mejor les parezca, sino que los conductores las miran con extrañeza, creyendo que son un montón de rayas puesta ahí al azar, o dibujadas por algún artista conceptual.
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Por mi casa hay varias cebras donde no hay semáforo alguno y cuando quiero cruzar por una de ellas me toca esperar un buen rato porque los carros las pasan por encima sin entender qué significan y sin mirar si hay un humano cerca. No disminuyen la velocidad ni miran a ambos lados de la vía porque no saben (o no les importa) que deben frenar y ceder el paso; simplemente van a su bola, afanados por encontrarse con el trancón de la próxima esquina. Muchas veces me pregunto si esa misma gente sabrá usar un ascensor, o si el cartelito de la foto que abrió la columna de hoy fue puesto por culpa de ellos.