Menos selfis, más apoyo

“Son tours con hinchas del interior que van en plan de paseo: beber, farrear, tragar y, al final, el partido es la excusa. El fútbol es el pretexto. Válido, pero dele a la Selección la energía que merece”: ‘Pote’ Ríos cuestiona a los hinchas que van al Metropolitano a turistear y no a apoyar a la Selección

Que el fútbol es del pueblo y así nació. Cuando a mí me dicen pueblo, yo meto en ese costal a todos: ricos, pobres y clase media. Con ese tema prefiero apelar a la sencillez, alejarme de aspectos sociológicos y de estratos e irme al punto humano. Repito: el fútbol tiene que ser siempre para todos.

La sede de la selección Colombia, la bella ciudad de Barranquilla con el mítico estadio Metropolitano a bordo, ha sido el lugar en donde nuestro país ha construido sus mejores gestas como local para asistir a los mundiales desde 1989. Allá se respira Selección; allá, por antonomasia, es la casa del seleccionado nacional.

Varias escaramuzas, a lo largo de estas décadas, ha tenido la Selección cuando se fue para Bogotá o tuvo un pequeño tour por Medellín. Al final, el buen hijo regresó a casa.

Especialmente con esta eliminatoria al mundial de Catar, algo que ya se olía ha cobrado más fuerza: la localía de la selección Colombia, esa presión para cohibir a los rivales y hacerlos sentir más visitantes que nunca, tiene tintes de frío, de nevera, de apatía, de poco ambiente futbolero. Para Uruguay, Chile, Brasil u otro, más allá del clima o la hora (ese es otro debate), jugar ante el público que colma el Metropolitano es un baño de agua tibia con hidromasajes en los que un tenue putazo o un silbido, si acaso, bajan de la gradería.

Ir a un partido de eliminatoria es un privilegio de pocos con boletas que van desde los casi 450.000 pesos en occidental a 80.000 en las tribunas populares. Si usted quiere comprar el abono, aliste más o menos 2.300.000 pesos para occidental y casi 450.000 pesos para sur y norte.

Ahora bien, esa boletería, en un gran porcentaje, no queda en manos del hincha barranquillero, queda en manos del cachaco. Ahí de entrada el ambiente se empieza a enfriar en medio de la humedad atlanticense. Son tours con hinchas del interior que van en plan de paseo: beber, farrear, tragar y, al final, el partido es la excusa. El fútbol es el pretexto. Válido, pero dele a la Selección la energía que merece.

Adicione que miles de boletas se quedan reservadas para los patrocinadores, aliados y manejo de relaciones públicas con cuanto politiquero, modelo, lagarto, actor, influenciador, funcionario público, empresario y lo que usted quiera meter en este costal, que a la Federación Colombiana de Fútbol le conviene manejar (“¿revender?”).

Todo lo anterior suma una masa de gente no futbolera y que tienen, en el escenario de un partido de eliminatoria de la Selección, un espacio para farandulear, pavonearse, meter 50 selfis, socializar con sutano y mengano, y dejar de lado el sentido de ir a apoyar, alentar y meter ganas para que el equipo gane y el rival sienta que es visitante. Al contrario, salen a relucir preguntas como ¿cuál es ese jugador de Colombia? ¿Contra quién es que jugamos? ¿Qué es lo que es un fuera de lugar? Y el equipo visitante, más allá del calor y la humedad, desde que pisa el camerino, se siente en una reunión social con daiquiris de fresa ausentes.

Sume a esto el grito mediocre, paupérrimo y falaz del “¡sí se puede!” como ‘caballito de batalla’ y otros dignos de un torneo de solteros contra casados en un primero de enero, y la casa de la Selección se reduce a la casa de la Barbie. Triste y melancólico.

Es claro, no pido que seamos la hinchada de la selección Argentina en Núñez. Es claro, no pido que esa farándula hinche como barra popular, pero por favor, un poquitico más de arrojo, entrega y ánimo para que el equipo visitante y los Ospina, James y Cuadrado sientan que hay gente en las gradas que mete aliento y no es necesario que vaya un jugador a decirles con los brazos que se despierten del motoso que se están echando al son de las birras que se zamparon.

Antes el que movía y unificaba ese estadio era el gran Édgar Perea. El negro cogía ese micrófono (sí, eran otros tiempos de radio en el estadio), movía la masa y hacía sentir pequeño al más valiente de los charrúas o brazucas. Un genio era el Campeón Perea. Algo así hace falta hoy en día. También que las barras se unan y sean la gran barra de la selección nacional y que la Federación no quiera ganar tanta plata y les asigne unas boletas.

Algo así se imagina uno como un soñador del fútbol. Algo así para que estos partidos de Colombia no sean una modorra de hinchas en el Metropolitano a los que les sobra selfis y les falta más apoyo.

@poterios

Tags

Lo Último


Te recomendamos