A tan solo horas de su fallecimiento, el papa Francisco reafirmó su compromiso con los más olvidados de la sociedad. Con un gesto profundamente humano y alejado de todo protocolo, el pontífice decidió donar 200.000 euros de su cuenta personal a personas privadas de la libertad en Italia. Esta acción silenciosa, pero cargada de significado, se suma a las múltiples muestras de compasión que caracterizaron su papado.
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La donación fue realizada sin anuncios públicos ni actos oficiales, reflejando la humildad con la que Francisco acostumbraba obrar. El dinero fue destinado a dos instituciones que tuvieron una relación cercana con él y con el Vaticano: la cárcel de Rebibbia —la más grande de Italia— y el centro de menores Casal de Marmo. Ambas recibieron parte del aporte económico como símbolo de la continua atención pastoral que Francisco brindó a los presos, una comunidad que siempre consideró necesitada de amor, dignidad y esperanza.
En los días previos a su muerte, el Papa no cesó en su misión pastoral. Durante la celebración del Jueves Santo, visitó la prisión romana de Regina Coeli, donde alzó su voz una vez más para pedir atención y misericordia hacia quienes viven tras las rejas. Desde ese lugar, clamó con firmeza por una mirada más humana hacia los reclusos, a quienes la sociedad suele excluir y estigmatizar.
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Además, el pasado 26 de diciembre, Francisco protagonizó otro gesto emblemático: inauguró una cárcel construida a petición de los mismos internos. Durante ese evento, expresó su deseo de que “todos tengan la posibilidad de abrir las puertas del corazón y ver que la esperanza no decepciona”. Con estas palabras, dejó clara su convicción de que incluso en los contextos más difíciles, la esperanza y la redención son posibles.
Este último acto de entrega, realizado en la más absoluta discreción, encierra el legado de un líder espiritual que predicó con el ejemplo. Hasta el final de sus días, el papa Francisco eligió estar del lado de los marginados, extendiendo una mano amiga donde la mayoría solo veía olvido.