Opinión

Dar las gracias aunque cueste

Adolfo Zableh Durán 

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Estamos tan acostumbrados a hablar mal del gobierno (de todos en general y del actual en particular) que nos cuesta reconocer cuando hace algo bien. Entre la crisis económica, la subida del dólar y la escalada de la violencia, se nos olvida que la vacunación no marcha tan mal como se creía a comienzos de este año; de hecho, avanza con relativa rapidez. Es ver el mapa de vacunación en el mundo para ver que el país tiene buenos índices de dosis aplicadas.  

Hablo por lo que me tocó a mí, y es cierto que cada uno se expresa de acuerdo a cómo le fue en el baile. Uno quisiera que el trato fuera igual para todos, pero en un sistema tan imperfecto como el nuestro es imposible, y así como habrá quien tenga quejas por cómo le fue con la vacuna, en mi caso no tengo un solo reparo.  

Perdí la cita que me asignó mi EPS porque vi el mensaje dos días después del turno que me habían asignado, pero es que, ¿quién mira el buzón de los mensajes de texto, si allí solo llegan promociones de supermercados y avisos de Claro de que estás moroso así ya hayas pagado? Entonces en vez de reagendar fui a un puesto de vacunación. Consciente de que en días hábiles suele ir más gente que en fines de semana, decidí ir el 19 de julio, lunes hábil, pero perfecto para mi propósito porque quedaba entre un domingo y un festivo.   

Llegué a eso de las ocho y media de la mañana, y a las diez y diez ya estaba vacunado. Una hora y cuarenta minutos suena a mucho, pero puedo asegurar que no se sintió. La fila nunca estuvo quieta, tampoco hubo trancones; al revés, se el paso entre estación y estación fue ágil: de recibir el turno a llenar un formulario, luego a pasar a una especie de sala de espera; después a la vacuna, la zona de observación y finalmente la expedición del carné. En un país donde sacar un papel puede tomar semanas, demorarse menos de dos horas en vacunarse contra el covid junto a cientos de personas me parece todo un logro. 

Algo que me llamó la atención es que no es mentira que la gente no quiere ponerse la Sinovac. En algún momento vi a varias personas salirse de la fila porque alguien dijo que no quedaban dosis de Pfizer, solo Sinovac y Janssen. Yo estaba dispuesto a recibir la que fuera, e íntimamente deseaba recibir la de una sola dosis para salir de una vez de la vuelta, que fue lo que al final ocurrió. Igual, no descarto que a todos nos toque vacunarnos de nuevo porque las vacunas salieron a la calle con inusitada inmediatez porque tocaba contrarrestar la enfermedad como fuera. El antídoto que estamos recibiendo ayuda montones, pero está pendiente de ser perfeccionado; sin embargo, por ahora es mejor tener eso que nada.  

Otra cosa que me causó curiosidad en el proceso es la rapidez con la que aplican las dosis. Es como motilando locos, literal, varias personas al tiempo pinchando brazos: una pestañeada y sale. Y lo que me sorprende no es que sea tan eficiente, sino que con todo y lo ágil del proceso, haya gente que tenga tiempo de tomarse la selfie con la aguja clavada en el brazo. ¿Cómo hacen?  ¿Tienen preparada la cámara del celular con antelación, o en el momento en que les toca la vacuna le piden al enfermero que espere para activar el flash y escoger el encuadre? No sé ustedes, pero los que se toman selfies mientras les aplican la vacuna me parecen más pendejos que los que no quieren ponerse la Sinovac. 

Pendejos o no, es un alivio estar vacunado. Hay que seguir cuidándose porque la enfermedad está lejos de desaparecer, y de paso agradecer a todos los miembros del Estado que han hecho lo suyo para que inmunizarse sea un derecho y no un privilegio.  

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