Apuntes sobre ‘Paraísos en el mar’

Conozco a Adolfo Zableh hace poco más de 20 años, cuando nos encontramos en algunas clases de la Universidad Javeriana y luego discutíamos de fútbol fuera de ellas. Le compré los libros que imprimía por su cuenta y riesgo en unos ejercicios narrativos y confesionales maravillosos y crudos que luego ha continuado en sus diferentes columnas en varios medios nacionales (uno de ellos Publimetro, por supuesto). Fui fiel lector de su Copa del Burro, jugué su fantasy de la Champions con el mismo nombre, me lo he encontrado en mundiales, viajamos juntos con la Copa del Mundo desde Rosario a Bogotá, tenemos varios amigos en común y, sin embargo, no creo que seamos amigos. Al menos no buenos amigos. Somos dos conocidos con gran confianza e historia que en últimas saben poco realmente el uno del otro. O bueno, tal vez por sus libros yo sé mucho más de lo que él sabe de mí. Y después de «Paraísos en el mar» siento que sé muchísimo más.

Entre los recuerdos de su Barranquilla a finales de los 90, la música permanente que suena en la mente del lector en cada capítulo y las evocaciones a esas amistades que ya no son y esos amores que no fueron, Zableh no sólo nos lleva a un momento confuso y cargado de emociones en su vida, sino que juega con la nostalgia en cada página generando una empatía que todos los que superan los 30, y especialmente los que ya pasamos los 40, encontramos inevitable. ¿Quién no se enamoró locamente a esa edad creyendo que esa relación lo era todo en la vida para ver hoy con una mezcla de cinismo y tristeza que sólo fue un momento pasajero? ¿Cuál de nosotros, los nacidos a finales de los 70 y comienzos de los 80, es tan valiente como para venir a decir que los extraños 90 nos nos marcaron para siempre de formas que sólo con los ojos de la nostalgia podemos entender?

«Paraísos en el mar» nos recuerda que siempre hay un lugar y una persona en nuestro pasado para explicar el porqué de algo en nuestro presente, y eso no sólo es poderoso como logro narrativo: es honesto, es generacional, es bello.

Su humor negro habitual, su sinceridad desfachatada y una prosa que todos los que nos sentamos en frente de un teclado tenemos que envidiar, hacen de Zableh un autor fundamental para nuestros tiempos, y de éste un libro que se consume con avidez, con sonrisas y con nostalgia, sintiéndose todo el tiempo identificado.

Sí, conozco a Adolfo Zableh hace más de 20 años, pero lo vine a conocer realmente el fin de semana pasado gracias a este libro que imprimió Rey Naranjo Editores. Ahora espero poder invitarle una pola, porque esta espera de dos décadas valió totalmente la pena.

@pinocalad

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