Meses difíciles han pasado desde mi última columna. No recuerdo ni cuándo fue. Sólo viene a mi memoria que el mundo era diferente, que éramos personas diferentes. Ya no están con nosotras y nosotros muchos seres; de hecho, mi padre también fue víctima de este letal virus. Hoy, luego de varios meses de su partida, decidí que es hora de retomar mi activismo escrito.
PUBLICIDAD
Han transcurrido largos días y noches de encierro, de trabajo en casa desbordado, de cambiar hábitos, de recomponer corazones e, incluso, seguir creyendo en el amor; ¡sí! El amor como el mío: entre dos hombres.
Diversidad de situaciones se han develado en esta ciudad a raíz de la pandemia: mucha gente pasándola muy mal por falta de oportunidades laborales, violencia intrafamiliar, negocios quebrados, letreros de “se arrienda” y “se vende” por doquier, cifras y cifras de muertes, de contagios, hospitales desbordados y muchas personas conocidas trascendiendo de este plano terrenal.
Seguramente estos contextos afectan a la inmensa mayoría de capitalinos, pero, sin lugar a duda, algunas poblaciones y sectores sociales enfrentan una realidad insostenible. Es indudable que son los más pobres quienes llevan a cuestas su impacto en mayor proporción: mujeres, niñas y niños, personas mayores, con discapacidad y sus cuidadores y las personas LGBTI, por solo nombrar algunos, enfrentan además de la pobreza estructural, la violencia, el prejuicio y la indolencia humana. Y aunque la situación es compleja para el sustento diario, imagínense por lo que atraviesa una mujer transgénero, indígena con discapacidad visual, por ejemplo.
Quizá allí están sumadas algunas de las múltiples posibilidades que existen para que los seres humanos nos identifiquemos y nos apropiemos de la ciudad. Cerrar los ojos o hacer como que no es conmigo es también una forma cruel de aumentar la segregación y la indiferencia. No basta con decir con voz aguda que somos defensores de la vida, si no entendemos que “la realidad” va más allá de la calle 26 y que muchas personas nos necesitan.
Sin duda, una de las muertes (aprovecho para mencionar también que no sé de qué murió, ni me importa) que más me ha afectado en lo personal fue la de Laura Weinstein, la GRAN Laura, a quien conocí hacia el año 2009 cuando entré por primera vez al Centro Comunitario LGBT de Chapinero en donde trabajaba. Creo, haciendo memoria, que fue de las primeras personas transgénero que conocí en mi vida. Siempre la vi muy dispuesta y amable; un ser coherente al actuar y con gran capacidad de escucha. Fueron muchos los espacios que compartimos en los que atendí su discurso, sus críticas (no siempre estuvimos de acuerdo en todo), pero también sus propuestas y su tono conciliador que ayudó tanto en momentos difíciles.
En el 2019 fui a visitarla a su casa: tomamos tinto, comimos galletas con mermelada y conversamos desde lo complejo hasta lo frívolo pasando por la pregunta del millón: ¿qué sería de nosotros en un año? Hoy solo puedo decir que estamos en otro lugar: ella, trascendiendo multicolormente con un legado inmenso para el movimiento social LGBTI de la ciudad, el país y la región y yo, en otro trabajo, con nuevos retos que me recuerdan siempre la necesidad de cuestionar nuestra zona de confort y ayudar a que otros también lo hagan.
Aunque estas cortas palabras no pretendían ser un homenaje a Laura, si me permitieron recordarla al igual que su lucha por las personas LGBTI de este país, en especial las personas trans. Sin lugar a duda, su legado particular transformó esta ciudad, pues su voz contundente junto con la de otras y otros, han logrado poner en la opinión pública debates que hace algunos años eran impensables y que han ayudado a deconstruir ideas y prejuicios.
Y aunque nuestra ciudad sigue resistiendo y actuando en contra de la homofobia y la transfobia, esta pandemia ha expuesto nuevas formas de violencia, de discriminación y exclusión que se exacerban en las personas transgénero. Ante la pregunta ¿y de qué murió esa persona? (que incluye claramente el morbo), más bien pregúntese ¿qué ha hecho usted, desde su casa, para que las personas en esta ciudad no sigan muriendo de indiferencia?
Juan Carlos Prieto García / @jackpriga