Opinión

Estampas de una navidad anormal

Los vientos de cada nuevo ocaso detonan nostalgias de temporada. La radio ajusta más de un mes insistiendo en lo obvio: “Caracol por sus oyentes formula votos fervientes de paz y prosperidad”. “RCN a todos sus amigos, les desea todas, todas, todas las felicidades”. “Más alegres los días serán”, vaticinan los positivos. Ciertos hedonistas “beben y beben y vuelven a beber”. Cual tabla ouija, Candela Estéreo juega al sí y al no. Los noticieros husmean con frenetismo en el pasado reciente, intentando surtir de contenidos sus resúmenes anuales. La calle 53, donde siempre es navidad, relumbra. Innumerables comerciantes claman por la muy ansiada reactivación y se inventan baratas y ofertas. “Llega navidad y yo sin ti, en esta soledad”, clama Marco Antonio.

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Durante estas fechas de balances, memorias, desmemorias y cábalas los comentarios de cajón se dividen entre el consabido “se acabó el año y no hicimos nada” y el tradicional “llegó diciembre con su alegría, mes de parranda y animación”. Los ‘de nómina’ sueñan con que la prima decembrina les abulte el saldo y así cubrir deudas y desmanes aplazados o satisfacer antojos postergados. Muchos menores se preguntarán si acaso “el niño no los quiere” porque juguetes no hubo. Unos por optimistas y otros por ludópatas se resistirán a declarar el final de los “doce juegos”, como dirían Los Prisioneros, hasta tanto el Sorteo Extraordinario falle y en el más improbable caso los libre de apuros. Caballeros robustos rogarán para que la firma de temporales donde dejaron el currículo los contrate de papás noeles y posarán en almacenes al lado de chiquitines llorones mientras sus pelucas platinadas se bañarán en nieves perpetuas de icopor. Mamás ‘noelas’ insinuantes obsequiarán volantes frente a concesionarios de telefonía celular ofreciendo planes de datos con Spotify Premium y YouTube gratis. Habrá juergas. Habrá rituales. Los bromistas lanzarán inocentadas, como si ser inocentes fuera cuestión de un solo día. Los piadosos y sociables organizarán novenas. Los ‘grinches’ refunfuñaremos.

Cada quién vivirá, pues, su muy personal versión de la navidad. En concordancia, así como algunos vaciarán armarios o renovarán roperos, otros inventariaremos ausencias. Al hacerlo nuestro pensamiento se desviará impotente y sin mucho esfuerzo hacia los que se nos fueron, al menos en la contabilidad de ‘este inmodesto servidor’ un grupo considerable que incluye cómplices y familiares muy cercanos y que no recuerdo haber experimentado en semejante proporción desde que la conciencia me asiste. Lo voy meditando mientras procuro ahogar mis suspiros bajo un tapabocas, prótesis obligatoria y más bien odiosa que con la que el destino nos dejó inexpresivos: este 2020, teñido de ausencias y ansiedades, es quizá, y por unanimidad, el periodo más extraño de cuantos la mayoría de nosotros ha vivido en calidad de testigos. Por tanto, cuando el reloj dé las 12 de la medianoche el 31 próximo, lanzaré mi ya ensayado “me perdonan que me vaya de la fiesta”, una vez capoteados los ruegos de quienes me pedirán no marcharme iré a mi domicilio y al saberme en santa soledad consagraré mis pensamientos y las lágrimas que sean necesarias como tributo a aquellos a quienes el destino optó por ausentar de esta dimensión sin que mediara un adiós. Así mi espíritu los sentirá algo menos lejos y al fin se convencerá de que en algún modo pudimos despedirnos, abrazados en un modesto remedo de eternidad.

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