Uno hace sus cuentas. Uno crea su película. Uno se hace sus ilusiones y dentro de esos balances mentales imaginé que, dentro de un año, en pleno diciembre de 2021, dentro de mi organismo flotaría muy alegre y campante la vacuna –de la marca que sea y del país que sea– contra la covid-19; y que mi sistema inmune ya tendría el arsenal necesario de anticuerpos para poder botar al carajo el tapabocas y vivir con tranquilidad. Pero al son de las noticias y de la sensatez, el destino es claro y me da una bofetada fría y real: soy colombiano y vivo en este país al que el desorden, la falta de eficacia en sus procesos y, lo más endémico y peor aún: la corrupción, hacen que piense que podré estar vacunado por allá en un lejano fin de 2022 o 2023.
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El orden es claro en el mundo: primero el personal de salud, luego la población de riesgo, adultos mayores, los que tengan comorbilidades, los encargados de la seguridad y funciones operativas, el target educativo y de ahí se desgrana todo hacia los que no estamos en esa población y somos los ciudadanos de la normatividad, los de a pie, los millones de millones, el grueso de este asunto que estamos al final de la cadena a la hora de recibir la tan preciada vacuna.
No está mal estar de último en la final, lo que no me cuadra y, según veo será así, es que en este país esos últimos tendrán una espera mayor a la que tengan en otros países. Porque si ya empezaron a recibir dosis en Inglaterra, Estados Unidos, algunos países árabes y antes de que termine este año será muchos más los que inicien este proceso, en países parecidos al nuestro o, de nuestro mismo “estrato”, percibe uno que se han movido más rápido a la hora de aplicar por los millones de dosis que requieren sus habitantes.
Las naciones más ricas, según datos publicados por el periódico El Colombiano, representan el 14% de la población y ya han acaparado el 53% de las vacunas que en el mercado ya figuran como las más prometedoras a la hora de su eficacia y procesos. ¿El resto? El resto es lo que deben batallar los países más pobres, es decir, el grupo en el que está Colombia. Se proyecta que el 90% de la población de los países más pobres del mundo no recibirá la vacuna en 2021. El dato es escalofriante…
También es claro que esta lucha por salir a un mercado a competir por el acceso y compra de la vacuna, su negociación, el dinero mismo, la posterior logística y puesta en marcha de un plan único en la historia es un reto monumental que se debe asumir y que se tendría que estar planeando y ejecutando desde hace meses en nuestro país.
Los países ricos les empezaron a girar a las farmacéuticas millones de dólares desde el primer semestre de este año, lo hicieron sin importar si el “caballo” por el que apostaban iba a ganar la carrera por la vacuna efectiva y bajo la norma de un no reembolso. Se la jugaron, tenían con qué y hoy están con millones de dosis en sus bolsillos listas para sus ciudadanos.
Colombia, en cambio, se debate desde hace rato en un discurso muy propio de nosotros: el de la falta de claridad, el tal vez y de pronto al son de un misterio que se nutre de palabras como confidencialidad, certeza, estrategia Covax, posibles llegadas de 15 millones de vacunas para abril, estamos en “profundas negociaciones” y más descargas orales que emite el presidente de la república, su ministro de Salud y su viceministro de la misma cartera. Pero nada concreto.
Sinceramente, les digo que nada de eso me llena y me genera tranquilidad. Veo el proceso de la vacuna dubitativo, lo percibo al ritmo de lo mismo con lo que se han gestado los virus de Reficar, Hidrohituango y otras obras de cimientos lerdos, lentos, costosos y dolorosos para el bolsillo del ciudadano de a pie.
No ha llegado la primera dosis a suelo criollo y ya los miedos me asaltan: ¿Habrá “cartel de la vacuna”?, ¿quiénes estarán desde ya pasando plata extra por debajo para acceder a las dosis saltándose su turno?, ¿las chiviarán?, ¿tendrán sobrecostos?, ¿el mercado negro hará su agosto?, ¿quién o quiénes ganarán con el negocio de la vacuna covid-19 versión Colombia?
Llámenme pesimista, lo asumo, pero al ver cómo se manejan las cosas acá y cómo a diario este país se encarga de desenamorarlo a uno más, y al ver que la cosa no fluye y que todo es un misterio y no se ven procesos concretos, mi predicción de recibir la vacuna al filo de 2023 es optimista. Ojalá me equivoqué, esto es Colombia…
Por Andrés ‘Pote’ Ríos / @poterios