¿Qué futuro puede esperarle a un país gobernado por unos partidos políticos a los que les importa un carajo los ciudadanos? Hace más de medio siglo, García Márquez aseguraba que la única diferencia entre liberales y conservadores era que los primeros iban a misa de cinco y los otros a la de ocho. Estaban lejos los días en que el caudillo Jorge Eliécer Gaitán llenaba con su voz las plazas y calles del país y las ondas radiales llevaban sus discursos a los sitios más apartados de la geografía nacional. Del otrora glorioso “Partido Liberal” queda hoy un cascarón, unos señores de saco y corbata e ideas retardatarias que sólo se ponen de acuerdo para mantener intactos sus beneficios burocráticos. Sus ideas son, por decir lo menos, una caja de resonancia de las propuestas del Ejecutivo. Crean alianzas no para defender los ideales libertarios que construyeron las bases de eso que llaman democracia, sino para asegurarse una embajada, una notaría, un consulado o llevar a la presidencia del Congreso a uno de sus miembros. Del Partido Conservador colombiano, ni se diga: sigue siendo la poza séptica de otros tiempos, de pensamiento acartonado y arcaico, como las momias ilustres que lo conforman.
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Tanto liberales como conservadores han justificado su apoyo a la presidencia del Congreso al clan Char (o a Cambio Radical) como una respuesta coherente a los acuerdos programáticos de los partidos. Pero no deja ser cantiflescamente absurdo y nada coherente llevar a la dirección del Senado de la República a un vago cuya ética es tan cuestionable como su largo historial de ausencias injustificadas que habrían dejado sin curul a cualquier otro miembro de esa corporación. Está demostrado que un hecho de corrupción no sólo implica robarse los dineros públicos a través de tramoyas, pues a este lo define también ese acto sencillísimo de malabarismo de saltarse la fila habiendo llegado de último. En este sentido, la diferencia está en el grado del delito. Justificar tremenda embarrada de elegir a alguien sin méritos ni cualidades utilizando el argumento falaz de los acuerdos programáticos de los partidos no deja de ser una estupidez y reafirma en los ciudadanos esa percepción de profunda crisis ética que ha hecho metástasis como un cáncer agresivo en el corazón del Congreso y que, de taco, afecta a todos los ciudadanos.
Pero esa percepción de ausencia de liderazgo y de una profunda podredumbre administrativa que se refleja en la elección de una figura cantinflesca para liderar el legislativo, no es sólo de la puerta hacia dentro, como podría pensarse; es decir, la manera como los colombianos miran a sus instituciones, sino también de la puerta hacia fuera: la que conoce el mundo de la corrupción extrema que corroe a esta porción de tierra desde que se convirtió en nación y que en las últimas décadas ha dejado en evidencia el desprecio de los políticos que la administran por la vida de los ciudadanos. No es fortuito, pues, que este país conservador y profundamente católico, según el último sondeo de percepción sobre corrupción, llevado a cabo por la revista estadounidense U.S. News, por un lado, y Transparencia Internacional, por el otro, ubiquen, entre más de 70 países consultados, a Colombia como el más corrupto del planeta.
El partido Cambio Radical, que de cambio sólo tiene el nombre y es radicalmente amigo de la corrupción, es, sin duda, la representación analógica de la Cueva de Alí Babá. Por ahí han pasado personajes tan siniestros como la exgobernadora de La Guajira Oneida Pinto Pérez, a quien la Fiscalía le imputó varios delitos, entre estos uno por apropiación de más de 6 mil millones de pesos en un contrato de 12 mil millones para adoquinar unas calles del
municipio de Albania. El 19 de julio de 2019, mientras que el ente acusador le imputaba seis cargos por corrupción, la exgobernadora agarró su maletín de maquillaje y, en un corto receso que se llevó a cabo en los juzgados de Paloquemao, bajó las escaleras y no volvió a vérsele hasta hace unos días, cuando la Defensoría del Pueblo anunció su entrega.
El Partido de la U es otro movimiento político con un enorme rabo de paja, que fundamentó sus principios en una ideología liberal, pero que terminó convertido en un pantano de aguas putrefactas donde los principios liberales brillan por su ausencia. Tanto es así que avaló en 2012 la candidatura a la Gobernación de Córdoba de Alejandro Lyon Muskus, un tipo sin escrúpulos, que protagonizó unos los mayores escándalos de corrupción del país, apropiándose, con jugaditas, de más 150 mil millones de pesos de la salud y otros rubros. Según El Tiempo (15/10/2017), “este partido aparece como la fuerza política con mayor número de legisladores vinculados en casos de corrupción, seguida (…) por el Partido Liberal, Cambio Radical y el Partido Conservador”.
Sin embargo, cuando U.S. News ubica a Colombia como el país más corrupto del planeta, no está haciendo referencia sólo a los dineros que se quedan en los bolsillos de los funcionarios, sino también a los llamados falsos positivos, a los asesinatos de líderes sociales (que suman 220 desde que Iván Duque llegó a la Presidencia), a la violación sistemática de los DD.HH., al incumplimiento del gobierno a los acuerdos de paz firmados con la exguerrilla de las Farc, que han cobrado, desde entonces, la vida de 200 de sus excombatientes, a las desigualdades sociales que se evidencian en el aumento paulatino de la pobreza y en la ineficacia del Estado para evitar el derramamiento de sangre y las amenazas de muerte a opositores, periodistas, magistrados y opinantes de medios.
POSDATA: Iván Duque ha demostrado, en lo que lleva de presidente, su completa incompetencia en los asuntos del Estado. No solo ha dejado ver su desprecio irrestricto por la oposición, llamando a una senadora de la República “la vieja esa”, sino que ha aprovechado las circunstancias de la peste para beneficiar con decretos y otras medidas de emergencia no a los cuatro millones de colombianos que perdieron sus empleos, sino a los
banqueros y empresarios que financiaron su campaña. Ahí vemos su talante arrogantemente democrático.
En Twitter: @joaquinroblesza
Email: robleszabala@gmail.com
(*) Magíster en comunicación