Cúcuta en 1999 debió pisar los caminos más tortuosos de su historia futbolística que, entre otras cosas, ha estado más emparentada con filosas espinas antes que con caricias aterciopeladas. Venía barranca abajo en tiempos en los que sus dueños, la familia Pachón, estaba en el mismo sitial de impopularidad que hoy carga en la ciudad José Augusto Cadena. Los desaciertos en decisiones directivas, su pauperización como institución y el dolor de la fanaticada viendo cómo el desastre era inevitable coincidieron para unirse y conducir a la institución hasta un desconocido lugar: la tercera división. Fueron últimos de la B.
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¿Pero cuál era el miedo? En un fútbol serio eso sí redunda en una cantidad de dramas insalvables. Basta ver “Sunderland Till I Die”, la extraordinaria serie de Netflix que retrata lo que significa no tener fondo en la caída con un club que usualmente era animador de primera. Pero ahí que problema iba a existir si en Colombia la tercera categoría es la que se le da al fútbol, no una división de competencia que en cualquier liga es algo normal, que debe existir y que apunta a la competencia y a la posibilidad de ir encontrando nuevos aires en el desarrollo del fútbol en un país. En Inglaterra existen cuatro divisiones profesionales y de ahí para abajo una estructura que tiene más tentáculos que Herbalife donde cohabitan 7000 equipos; en Italia son tres divisiones profesionales y seis amateurs que compiten por algún día alcanzarlas; España cuanta con dos profesionales y una semiprofesional (la segunda B o mejor la tercera división, lugar al que cayó el otrora glorioso Deportivo La Coruña) y de ahí para abajo cinco divisiones más. Y al revisar la lista de aquellos que, por estar dormidos o por no ser clubes serios, terminaron yéndose por ese rodadero del que es fácil deslizarse pero imposible subir, encontraremos clubes que han sabido ser campeones (el mismísimo Sunderland, Portsmouth, Ipswich) o que han sabido animar campeonatos de la A (Bolton, Coventry).
Pero cuando al Cúcuta le llegó la mala hora la estructura del fútbol colombiano en aquel año 99 tenían un antecedente que los hizo reírse bastante. Tres años atrás, en el campeonato 95-96 de la segunda división colombiana el Real Cartagena, que se convirtió en el primer equipo que en el profesionalismo nacional perdió su lugar en la categoría A en 1992 después de perder 2-1 un duelo nocturno frente a Bucaramanga, deambuló por la B sin ton ni son, hasta que a partir de sus propias impericias se quedó en la última casilla de la tabla. El descenso a tercera era un hecho tanto que esa tarde de tristeza en el estadio Pedro de Heredia hubo serios disturbios, lluvia de piedras, rabia contenida y hasta amago de incendio en una tribuna.
La decisión fue, para ese tiempo, que el Real Cartagena no tendría que perder su cupo en la B porque era socio de la Dimayor. Cúcuta en el 99 apeló a esa figura y también a la de dilatar su llegada a un sitial que no le correspondía. La dirigencia después colaboraría haciendo una primera C en la que no había premio de nada por ser primero, hecho tan frustrante para cualquiera que compitiera allí que no era motivación de nada y así se terminó acabando esa idea de crear tres divisiones en nuestro país.
Difútbol, seguramente una de las entidades más inservibles e incapaces del organigrama nacional del fútbol, es la encargada de la rama aficionada pero su valor radica más en lo político que en lo deportivo y así, como un fortín, ha sido manejada hace muchos años por Álvaro González Alzate. Al servicio de intereses antes que al servicio del deporte.
Hoy apareció la ACCFA, asociación que agrupa clubes aficionados y que se cansó de la Difútbol para emerger como elemento de presión para que la primera C tenga el valor que en cualquier país decente.
Esta sería una gran oportunidad institucional para el fútbol colombiano: ante el escándalo del cartel de la boletería, ante los pasos de ciego de la Dimayor -que premia a su presidente más
Incapaz con 600 millones de pesos de liquidación-, ante la paquidermia de la Difútbol -que debería pensar en el desarrollo y no en el anquilosamiento- se tendría que crear un solo ente rector que dirija todo. Tanta burocracia ha convertido la institucionalidad -que es donde se edifican los poderes y el orden de un sistema- en sinónimo de vergüenza y poco respeto.
Nicolás Samper / @udsnoexisten