La de Antioquia

Andrés ‘Pote’ Ríos escribe sobre el ingreso del Esmad a la Universidad de Antioquia la semana anterior.

No estudié en la Universidad de Antioquia y lo lamento; el destino me puso en otras corrientes. Sin embargo, debo confesar que me hubiera encantado decir que me gradué de ahí. Y es que ahora que sigue en tela de juicio el nombre del claustro universitario que con orgullo lleva el nombre del departamento, es bueno recordar por qué durante mi vida he tenido una imagen bella de la de Antioquia que jamás lograrán opacar unas piltrafas de encapuchados que se enquistaron en el campus.

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Ahora bien, habrá un antes y un después desde el 20 de febrero en que el alcalde Daniel Quintero ordenó el ingreso del Esmad a las instalaciones de una de las mejores universidades del continente. Incluso ahora, momento en que escribo estas letras, es probable que de nuevo haya disturbios y todo esté patas arriba en el sector de las calles Barranquilla con Ferrocarril.

Y es que el asunto tiene dos aristas que hay que recoger con pinzas. Por un lado, el sentido de halo de “protección” que implica un campus universitario, sobre todo el de una universidad pública tradicional para que se respeten las libertades y se aplique la acción dialógica como firme elemento de solución de conflictos. Y, por otro lado, el de la institucionalidad que debe preservar el orden y no permitir que se cometan delitos en ningún lugar de la ciudad. Y ahí el asunto entra en un quiebre. Creo que los encapuchados, ese virus que carcome, que contagia, que perjudica, que frena el progreso, son elementos que le han hecho mucho daño a la grandeza de la de Antioquia. Tipos arropados en su cobardía con el manto de un trapo en la cara. Tipos creados para dañar por dañar, usados por el mejor postor, llámelo como quiera a este último. Son prostitutas del cagarse en todo al son de unos derechos que ni les interesan. Ahí hay de todo: negocio, defensa del territorio, anarquía y caos. Y, al final, la verdadera esencia de la protesta social queda por el piso, destruida por los explosivos que lanzan desde el interior de un campus en el que pulula el buen conocimiento, y es ahí en donde todos miramos al cielo pidiendo que eso cese. Y ahí nadie aporta al diálogo. Sufre el saber, sufre el abolengo bello de la gran Universidad de Antioquia.

Y está el Esmad al son del mando del alcalde, el brazo vestido de Robocop que tiene que entrar a punta de lo que sea para cesar lo que ahí se está gestando. El cuento es que lo hacen “sin Dios, ni ley” en aras del orden. A diestra y siniestra vuelan balines, gases, bombas aturdidoras y pagan tirios y troyanos. Es así como el espíritu universitario, con rebeldía argumentativa, pensante y gestado por profesores de hace años y de amplio espectro neuronal, sufre, se diluye, se revuelca en el estiércol creado por los encapuchados y las medidas de la institucionalidad. Triste.

Pero sigue existiendo luz. Esa luz de la gente que escucho decir que estudia en la de Antioquia, que pasó a la de Antioquia, que es egresada de la de Antioquia o que es profesora de la de Antioquia, entonces el pecho se infla, he visto ese orgullo y siento ese orgullo ajeno por una universidad de mi tierra que es pionera en conocimiento, investigación, excelencia académica y en ayudar a otros. Yo me quedo con esa Universidad de Antioquia, la verdadera alma mater.

Por Andrés ‘Pote’ Ríos

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