La función de un escritor es escribir. Pero, sobre todo, escribir sus experiencias, eso que Bourdieu llamó “habitus”. Otra cosa, muy distinta, es su posición política. Vargas Llosa es quizá el clásico ejemplo del gran escritor y pésimo político. Borges fue otro. Vargas Llosa dejó ver, en una primera instancia, esa balanza ideológica inclinada hacia la izquierda; luego, con los años, la equilibró un poco hacia el centro y hoy no hay duda de que su pensamiento político está al servicio de la derecha. Borges, por el contrario, mantuvo siempre el vector apuntando hacia el mismo lado: su defensa de los regímenes militares que, a lo largo de varias décadas, se tomaron por la fuerza a Argentina, Chile y Uruguay. La anécdota contada mil veces, y mil veces escrita sobre cómo el general Augusto Pinochet lo condecoró mientras este visitaba al país austral en septiembre de 1976 para recibir un doctorado honoris causa de la Universidad Católica, es, sin duda, la mejor manera de definir el pensamiento político del gran vate argentino, uno de los más grandes hombres de letras en toda la historia de la literatura.
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Hasta hoy, no he leído ni escuchado a expertos ni comentaristas literarios negar el gran mérito del escritor argentino para el otorgamiento del celebrado Nobel. No porque, en el fondo de la discusión, el asunto no era la calidad de la obra y sus virtudes, sino la posición política del poeta. Defender en público a un régimen como el de Pinochet que, en casi dos décadas, dejó, según la Comisión Pública de Chile, 3065 muertos, no es un acto de responsabilidad ni de respeto para los más de 40.000 australes que fueron torturados y cuyos hijos llevados a la cárcel por protestar. Si es cierto que los miembros de la academia sueca encargados de otorgar el Nobel en la categoría de literatura no se han pronunciado abiertamente sobre el tema, tampoco es especulativo pensar que otorgarle el Nobel al argentino era, de alguna forma, premiar a los militares que dirigieron los golpes de estado de 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976. Así mismo, el chileno de 1973 y el uruguayo llevado a cabo el mismo año en el que Pinochet ejecutó el suyo.
Nobert Elias, autor de los estudios “La sociedad cortesana” y “El proceso de la civilización”, aseguró que la única obligación de los escritores (y, en general, de los artistas) era retratar el momento histórico que les tocó vivir y su posición frente al mundo. Es decir, servir de cronistas de su época y plasmar esos tejidos que son la representación de las distintas capas y momentos históricos que conforman los grupos sociales. Decir entonces, como escucho aún, que Gabriel García Márquez “no hizo nada por Aracataca” es, sin duda, una necedad, o un desconocimiento absoluto de lo que debe ser un escritor. Visibilizar a un pueblo que antes de la popularidad alcanzada por “Cien años de soledad” nadie conocía, tampoco.
Tapar los huecos de las vías, mucho menos. Es una función de los políticos, del Estado y sus instituciones velar por las necesidades de los ciudadanos. Que Mario Vargas Llosa defienda a ultranza la derecha del mundo, la misma que deja morir de hambre y de enfermedades prevenibles a miles de niños diariamente, solo habla de la desconexión que tiene con la realidad. Solo habla del niño rico que fue y del millonario en que se convirtió. Sin duda, la experiencia es vital en la conformación de las estructuras mentales de los individuos.
Por esto, si hay algo difícil de cambiar son las ideologías, ya que no son como los vestidos que nos ponemos en la mañana y quitamos en la noche. En este sentido, si hay algo de admirar en Borges, más allá de su obra, es su coherencia política, direccionada por su experiencia. Lo mismo podría decirse de García Márquez, un hombre que nunca perdió de vista de dónde venía: “ser uno de los once hijos del telegrafista de Aracataca”.
Para terminar, habría que agregar que el gran Charles Bukowski, entre una cerveza y otra, entre un trago y otro, entre un porro y una línea de cocaína, solía decir que “la única responsabilidad de un escritor es consigo mismo”. Así que, por favor, dejen de estar afirmando pendejadas como la de que García Márquez no hizo nada por Aracataca. Él hizo lo que tenía que hacer: escribir. Lo de arreglar calles, hacer acueductos, escuelas, bibliotecas, hospitales y promocionar a las regiones como destinos turísticos, es una obligación de los gobernadores, alcaldes y concejales. Lo demás es paja, señores y señoras.
En Twitter: @joaquinroblesza
Email: robleszabala@gmail.com
(*) Magíster en comunicación.