No deja de ser curioso que después de varias semanas de protestas ciudadana haya todavía miembros del partido de gobierno aprovechando cualquier espacio de radio y televisión para asegurar que detrás de esa ola de indignación contra las políticas de un presidente al que le importa un jopo la gente están presente organizaciones internacionales de “bandidos”. Digo “curioso” aunque debería decir “estúpido”, pues se necesita ser un tarado completo para afirmar semejante barbaridad ante lo que resulta evidente: los colombianos somos hoy más pobres que ayer y estamos mamados de un gobierno que no tiene idea de hacia dónde va, pero que, ante todo, socava con mentiras los derechos de los ciudadanos de manifestar su inconformismo en las calles.
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Como al mandatario y a su partido, repito, les que importa muy poco la gente, han intentado satanizar la efervescencia popular con las mismas estrategias puestas en el escenario internacional por las dictaduras: un enemigo interno al que se culpa de las propias ineptitudes y uno externo que busca sabotear todas las medidas adoptadas para el desarrollo del país sembrando la semilla de la discordia entre los ciudadanos. Nada más estúpido, por supuesto, como estúpido es creer que un político como Gustavo Petro, a quien han intentado sacar de mil maneras posibles de su actividad de hombre público, esté detrás de cientos de miles de dólares para el pago de las manifestaciones callejeras. La afirmación se cae por su propio peso, pero para los maestros de la conspiración colombiana la verdad no es relevante porque lo realmente valioso es crear la duda entre la hinchada y así repetir la mentira un millón de veces.
De esta manera hemos visto cómo se pasó de la gran influencia del Foro de Sao Paulo y Nicolás Maduro en la organización de las protestas, como lo aseguró el senador Álvaro Uribe, a la infiltración del narcotráfico con sus montañas de dólares, como lo afirmó el exdiplomático gringo William Brownfield en una entrevista radial y que secundó la uribista Paola Ochoa, basada en una supuesta información suministrada por el Departamento de Estado. Satanizar las manifestaciones populares es otra forma de restarle importancia a los problemas profundos que aquejan a los ciudadanos; es enviarle un mensaje tergiversado al país y al resto del mundo de que las razones de las protestas en Colombia no son válidas por aquí, como en Macondo, no pasa nada extraordinario y la gente es feliz.
Lo que se puede apreciar, entonces, a partir de dichas afirmaciones, es que hay organizaciones (nacionales e internacionales) interesadas en fomentar el “vádalismo”, en crear caos, en organizar revueltas, en desestabilizar con la violencia a un gobierno que está haciendo las cosas bien y que busca la felicidad colectiva de los colombianos. En palabras del austriaco Hans Kelsen, sería la búsqueda de la justicia, ya que esta tiene como trasfondo la felicidad. La justicia garantiza, pues, un orden social donde la igualdad y la equidad son puentes comunicacionales que legitiman, a su vez, la libertad. Si la balanza está en equilibrio, el conflicto no existe, ya que este solo es posible cuando los intereses de algunos ciudadanos solo son satisfechos a costa de los intereses de los otros.
Las razones de las protestas se encauzan en este último aparte: más del 90% de las riquezas del país están en manos de un poco menos del 10% de la población. Es decir, una pequeña minoría tiene el poder adquisitivo, lo que le permite imponer normas que beneficien sus intereses, montar candidatos a las corporaciones públicas y hacer lo que le venga en ganas porque el poder, según una consigna militar, es para ejercerlo, aunque se ejerza mal.
No quedan duda, pues, de que Iván Duque es un tipo joven pero con ideas retardatarias. No solo es el brutico de la clase, no solo es el payasito, el hazmerreír, sino también el mentiroso del colegio. No hay que olvidar que llegó al poder enarbolando las banderas de la reconciliación, afirmando que no haría reformas tributarias porque los colombianos estaban mamados de que cada año les sumaran unos pesos a los impuestos y que el salario mínimo fuera una porquería. Pero una vez alcanzado la Presidencia de la República, no solo les hizo pistola a sus votantes, sino que también ha hecho todo lo que está a su alcance para que los colombianos sean más pobres.
Esto ha llevado a que una gran parte de la población asalariada (y del rebusque) haya salido en marejada a las calles del país, como nunca antes se había visto, a pedirle al gran estadista que reside en la Casa de Nariño que eche para atrás las reformas tributarias y laborales que van a hacer que esa línea que separa a la clase media de la no tan media desaparezca. Es decir, si más de la mitad de los ciudadanos colombianos es hoy más pobre (menos trabajos formales y más rebusque), no se necesita de las amañadas estadísticas del DANE para inferir que, al finalizar su cuatrienio, Duque habrá logrado con sus políticas neoliberales que esa brecha que separa a los que tienen todo de aquellos que no tienen nada sea mayor. Y lo será porque más allá de las “bondades” de incentivar el trabajo por horas (un hecho denigrante desde cualquier punto de vista) están los compromisos de su gobierno con los empresarios, puesto de manifiestos en las declaraciones del ministro de Hacienda, Alberto Carrasquilla, en el último congreso de la Andi en Cartagena: “en Colombia somos muy distintos al resto del mundo en el frente de la tributación de renta, nosotros obtenemos los recursos del impuesto de renta en un 85% de las arcas de las empresas y en un 15% de las personas naturales. En el resto del mundo la proporción es mucho más equilibrada y en los países más avanzados la proporción es contraria: el 85% de los recursos lo aportan las personas naturales y el 15% las empresas”, explicó el minhacienda.
Comparar a Colombia con los “países más avanzado del planeta” no deja de ser una necedad, y asegurar que las personas naturales en una nación tercermundista deben pagar más impuestos que las empresas, cuya rentabilidad es cada año mayor, una estupidez. De nada ha valido los análisis de un premio Nobel de economía como Joseph Eugene Stiglitz, que en algunos artículos para El Espectador ha asegurado que “reducirles la tributación a las grandes empresas no garantiza el aumento del empleo”, y que cuando se lleva a cabo una reforma de este tipo el hueco fiscal debe llenarse con otros impuestos.
No quedan dudas, entonces, de que esa base gravable debe pasar a los ciudadanos, por lo que tendrán, necesariamente, que pagar más impuesto predial, más tributación de renta y más aumentos en la factura de los servicios públicos. Estas medidas tributarias, más allá de la devolución de los tres días del Impuesto al Valor Agregado una vez por año, tienen como objetivo meterle la mano al bolsillo de los ciudadanos y esperar que estos sonreían. Decir, pues, que estas medidas buscan hacer más dinámica la economía y darle más estabilidad a la vida de los colombianos no puede entenderse sino como un chiste de mal gusto. Una burla contra más los pobres.
Por Joaquín Robles Zabala
Email: robleszabala@gmail.com
Twitter: @joaquinroblesza
(*) Magíster en comunicación.