No voy a una novena hace veinte años, veinticinco posiblemente. Y no es solo que no crea en dioses, sino que no me gusta buscar excusas cuando quiero ocio y fiesta. Esta semana empezaron las novenas, lo que en teoría es una oportunidad para reafirmar nuestra fe y compartir con los seres queridos, no una excusa para no trabajar, gorrear comida, emborracharse y, por qué no, hasta terminar teniendo sexo.
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Cogemos de parche lo que sea y salvo excepciones, en realidad no nos gusta nada, especialmente trabajar. Tampoco tenemos pasatiempos a los que dedicaríamos nuestra vida entera, y es entendible: vivir duele y encima no sabemos qué hacemos aquí. Y como suicidarse es una lata y la eutanasia es ilegal, toca ocupar las horas como sea hasta que llegue el momento de partir. Por ahí lo que toca es ser más responsables con nosotros, saber lo que nos gusta hacer y dedicarnos a eso en vez de emplearnos en trabajos que odiamos, que no nos aportan nada y que salvo servirnos para pagar las cuentas y sobrevivir, no nos aportan mayor cosa.
Por eso las novenas funcionan tan bien cuando se quiere quemar tiempo. Y no solo ellas. Toda la Navidad es la excusa ideal para bajar el ritmo y dedicarse a otras cosas. Por eso empezamos a decorar todo en noviembre, no bien termina Halloween; por eso también una de las emisoras con más sintonía del país tiene un lema que dice “Desde septiembre se siente que llega diciembre”. ¿Dios, la religión? Meras justificaciones para entretenernos. Y no es un critica, que cada uno verá qué hace con su vida, es una mera observación.
Es que nos pegamos de lo que sea para perder el tiempo y armar la recocha: maratones de Netflix, simulacros de terremoto, partidos de la selección. A los colombianos no nos gusta el fútbol como tema, nos gusta nuestro equipo y perder el tiempo. Suena raro decir que un pueblo que ve tanto fútbol y que en día de partido trabaja medio día, y eso, no sea fanático, pero así es. Consumir deporte como vocación de vida, como excusa para coleccionar cosas y adquirir conocimiento nos tiene sin cuidado; insisto, lo que nos gusta es ver qué podemos usar como recurso para cogerla suave.
Es que hasta del paro hemos hecho una fiesta. Y no me parece mal que se celebre la vida y se creen vínculos mientras que en teoría se lucha por un país mejor, el problema es cuando pesan más la fiesta y el desorden que lo otro. Incluso he descubierto que las marchas son mejor excusa que las novenas porque se puede pasar de un cacerolazo bailable a otro argumentando que lo hacemos porque tenemos conciencia social. El crimen perfecto. Hay gente que en estos días de paro ha trasnochado, se ha emborrachado y ha tenido más sexo que en cualquier otro momento de su vida.
Yogatón, besatón, concierto móvil, a veces esto parece más el Petronio Álvarez que un momento álgido de la lucha de clases. El otro día puse algo así en Twitter y se ofendieron porque supuestamente estaba atacando al Petronio, cuando no se trataba de tal cosa. Pude haber dicho Carnaval de Barranquilla o Carnaval de blancos y negros, pero dije Petronio porque me pareció más sonoro. El punto del tuit no era atacar al festival, sino explicar que por muy maravilloso que sea un festival cultural, un paro es otra vaina.
Es chistosa la gente, y chistosa es un decir. Es miedosa más bien, en especial el tuitero empoderado. Nos creímos el cuento de esa red social y nos juramos críticos e importantes, cuando en realidad somos cualquier cosa, no solo flojos, sino también ignorantes. Muchas veces no entendemos un tuit, ahora vamos a pretender entender un país.