Desde el año 2011 Atlético Nacional no se iba en blanco. Fueron ocho años en los que el club verde de Antioquia por lo menos ganó un título por año. Sin duda, un frenesí de imposición de superioridad para el equipo más ganador del país. Pero luego de 2016, pletórico por demás, al ganar la Copa Libertadores y llegar a la final de la Sudamericana con el triste desenlace que todos conocemos, paulatinamente el cuadro verdolaga se fue diluyendo hasta este 2019, en el que no consiguió ningún objetivo y fue eliminado de todas las competiciones en las que participó. Fracaso.
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Más allá de las razones, de fondo por demás, de lo que en este año mostró el equipo verdolaga para no obtener resultados positivos, análisis que da para una o varias columnas, me parece curioso el ver cómo al mencionar (por mi parte en trinos o en el programa web La tertulia verdolaga) que el equipo fracasó se levantan ampollas y hay urticaria en muchos estamentos.
Y lo sé, es muy humano; es más, es muy colombiano, para ser más preciso, es muy antioqueño, que cuando nos dicen que fracasamos nos sentimos, literalmente, atacados, nos ofendemos y de inmediato nos ponemos a la defensiva y buscamos la manera de desarmar o desprestigiar a quien osó decir que nuestra labor y/o nuestro esfuerzo llegó al fracaso y se alejó de la meta del triunfo y la felicidad.
La ecuación es muy sencilla, un club con la grandeza de Nacional, con su nómina, con los cuerpos técnicos que contrata, con el talante de sus directivos, con el esfuerzo de su dueño y con el apoyo masivo y pasional de su enorme hinchada, se construye, se levanta en cada amanecer y se acuesta en las noches con el firme objetivo de ser campeón. Y en este 2019 no lo fue. A qué puerto lleva todo lo anterior: a la palabra fracaso.
Sinceramente no veo la satanización con esta palabra. No encuentro el miedo al decir que en un equipo de fútbol como Atlético Nacional, al que amo con mi alma, vida y corazón, todos fracasaron. Todos, desde el portero, la señora de los tintos, el mensajero, los del restaurante, los jugadores, los directivos y hasta nosotros los hinchas. No sé, es tan nuestro que cuando ganamos todos caben en la vuelta olímpica, pero en la derrota, ahí, ahí sale un cincel y divide responsabilidades.
¡Pues no! Un equipo es un solo cuerpo, un puño enfocado a enfrentar lo que se venga y cómo venga dentro del manto de la unidad, del tesón y del tener todos, la convicción, más aún en el marco de un equipo deportivo profesional, que el escudo que defienden y por el que trabajan, puede ganar, perder, empatar, triunfar y fracasar. Y todo esto se debe asumir con la frente en alto, sin pucheros, sin quejas y, lo más importante, rescatando las lecciones del por qué fracasamos, del para qué fracasamos. Eso, eso es valiosísimo en todos los campos de la vida.
Usted fracasa en el amor y también es lo primero que debe preguntarse: el por qué y para qué pasó lo que pasó. En la victoria los balances son fáciles, en el fracaso es cuando son más difíciles, ahí se ve el temple. Lo clave es no acostumbrarse al fracaso, eso sí es grave…
Sé que en Atlético Nacional, mi equipo del alma, hay gente muy capaz. Desde estas letras hablo con el respeto siempre, en la adulación y en la crítica. Sé que el fracaso les duele y sé que hay berraquera para salir adelante, no en vano el fracaso también ha construido la grandeza de este equipo de fútbol.