En Londres la idea sonó bien en un comienzo: era un entrenador que entendía el juego como pocos y que usualmente privilegia el cómo antes que el qué. Y Arsenal, que parece cargar esa terrible lápida del club que se prende pero que se queda sin nada con más frecuencia de lo habitual, decidió que era hora de trazar un nuevo camino con Unai Emery.
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El español pisó la capital inglesa y su idea futbolística empezó a ser sembrada por él y sus ayudantes. Claro, más allá de las ideas, el cargo podría ser un reto interesante para un adiestrador que, más allá de sus virtudes, tuvo un par de malas horas que estuvieron muy cerca de frustrar su trayectoria: en el 2017, dirigiendo al París Saint Germain, supo lo que significaba pisar un vestidor cargado de tipos que juegan para la tribuna, pero que en muchas ocasiones juegan únicamente para sí mismos. Y aquella vez en la que Cavani y Neymar se tranzaron en la eterna discusión de saber quién era el dueño de los cobros en el equipo de París, se vio a Unai Emery superado por las circunstancias que él mismo había concretado poco antes. Cavani, en una entrevista concedida años después, comentó que esa refriega por los penales la armó Neymar con la complacencia del DT. Cavani en su defensa comentaba que se había fijado que el cobrador de las penas máximas sería él, un año atrás.
Y esa estancia en la capital de Francia debilitó un poco el atrevido ímpetu de Emery. Al menos lo debilitó en cuanto a credibilidad ganada a pulso conduciendo un camerino difícil. Y equivocándose en el instante en el que parece imposible darle rienda suelta al yerro. Fue aquella eliminatoria increíble e impensada frente al Barcelona en la que para Emery y sus muchachos resultó imposible sostener una ventaja de cuatro goles.
Con todo y eso se fue a Londres y parecía que las cosas estaban funcionando: Arsenal jugaba lindo y sabía que esa consigna lo podría apuntalar a mayores objetivos, como la Europa League, la misma que en su momento perdió el mítico Arsene Wenger ante el Galatasaray en el 2000. Unai no pudo, pero el sello de su juego parecía volver a los buenos tiempos con Sevilla.
Apenas lo aguantaron año y medio, entendiendo que la racha negativa vivida por el club bajo su mando determinó su salida. Pero tal vez debió ser más tiempo para el DT. Imposible que en estos tiempos tengan la paciencia que hizo de Wenger uno de esos DT que se instaló en un banquillo para no dejarlo nunca. A Emery lo sacó ese fantasma y una dosis de impaciencia necesaria.