Pocas claves tan eficaces para interpretar los pensamientos y prioridades de una sociedad como sus máximas y refranes. En particular cuando se trata de aquellos expresados por los labios o escritos por las plumas de esas celebridades a quienes la conciencia nacional ha elevado a la categoría de faros intelectuales o políticos. Para desdicha y deshonra colombiana, muchos de los dichos “aquí cosechados” llevan implícitos algunos de los peores vicios aferrados a la identidad patria.
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Lugar de privilegio ocupan entre las infamias que ameritarían inclusión en esta antología de la barbarie verbal el archiconocido “usted no sabe quién soy yo” de Nicolás Gaviria, cuya mención por lo repetitiva sobra, pero al mismo tiempo un reflejo inobjetable del clasismo que por estos andurriales impera. Está el ya inmortalizado “mantener la democracia, maestro”, cántico de batalla con el que cierto coronel de la República justificó una de las más atroces masacres experimentadas por el país durante el siglo anterior. También el bicentenario “salve usted la patria” de don Simón Bolívar, tal como Eduardo Arias lo anotara en días pasados, primera verbalización conocida del mesianismo ideológico que nos caracteriza.
De no olvidar el temerario “en Colombia somos veinticinco millones de chambones”, cruzada defendida por aquel difunto expresidente cuyas disquisiciones “nos ponían a pensar”. O el muy familiar “estudien, vagos”, manifiesto irónico al provenir de quien se ha permitido la desvergüenza de incurrir en ligerezas académicas y estolideces de gran calado tales como la degradación de la comprobada masacre de las bananeras a leyenda salida de la fragua del realismo mágico o la confusión de la actual Rusia con la caduca Unión Soviética. Con respecto al “estudien, vagos” algunas precisiones ortogramaticales: una cosa es decir “estudien, vagos” y otra decir “estudien vagos”. Lo primero constituye una invitación a que los holgazanes se instruyan. Lo segundo, un llamado a convertir a los holgazanes en objeto de investigación. “Estudien, vagos” es reproche. “Estudien vagos”, sociología.
Pero, de regreso al tema, es de destacar un aporte reciente al refranario local: “hacen silencio o los callamos”, exclamó no hace una semana un ex primer mandatario que aún no se percata de serlo. Ello al verse sometido a la humillación de abucheos, rechiflas y desaprobaciones por parte de un buen número de calerunos sensatos. Semejante advertencia merece ser labrada sobre piedra en la antología de frases que han ido construyendo el pensamiento local. En primer término, porque antes que de aforismo o de refrán la aseveración tiene tono de advertencia tosca. En segundo, porque bien puede ser un presagio de los ‘peores días por venir’. En tercero, porque mediante cinco palabras el innombrable aquel sintetiza la esencia del pensamiento represivo, de la censura y del autoritarismo.
El asunto preocupa, en tanto los vaticinios apocalípticos que antecedieron al actual periodo de gobierno han venido cumpliéndose de uno en uno. La paz en entredicho. La prensa viciada por los intereses de quienes ostentan grandes capitales. La institucionalidad manoseada y diezmada en su ya pobrísima credibilidad. Aquellos que deberían alzarse como guías antes que como incitadores a la violencia lanzando proclamas como la aquí citada. En suma: insignias que van colgándose al cuantioso repertorio de exabruptos nacionales. Mejor, por lo tanto, dejarlo aquí consignado, ‘antes de que nos callen’. Hasta el otro martes.