Ya he escrito alguna vez de esa extraña necesidad ególatra de un futbolista en demostrar que es superior a sus compañeros y, en especial, a sus rivales en momentos en los que no conviene. Porque el mensaje es simplemente ese: soy superior a ustedes, a los que estoy derrotando, y soy superior a los que están en el mismo lado del campo donde estoy jugando. Soy invencible y puedo hacer lo que quiera.
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En esta ocasión Shoji Nakajima fue el hombre que decidió implantarse esa extraña coraza. Jugador del Porto, muy habilidoso, tomó la decisión incorrecta. Jugaban un amistoso por fecha Fifa Japón y Paraguay. Los japoneses ganaban 2-0 con amplia superioridad y fue entonces que el buen Nakajima recibió una pelota y al recibirla, la levantó y se fue trotando, haciendo una corta veintiuna sin dejar caer la pelota en un sector del campo en el que no existía ningún riesgo y con el marcador plenamente decidido a favor de su equipo. La levantó una, dos y tres veces, como haciendo un paréntesis dentro del partido para aclarar que él sí sabe jugar a la pelota y que además tenía que demostrarlo. No ha sido el lujo innecesario más humillante del mundo -Neymar en esa clase de instancias es, por lejos, el campeón mundial-. Y ante cada exceso de lujo, siempre habrá un amable picapiedras que decida poner las cosas en orden.
Tony Sanabria, muy buen delantero, que hace parte del registro del Genoa, el mismo que le hizo a Colombia en Barranquilla un gol agónico en el juego de eliminatorias hacia Rusia 2018, no aguantó y dejó que la cabeza se le calentara por cuenta del futbolista nipón, que estaba protagonizando su propio instante de excesos. Sanabria fue sin miedo ante Nakajima y lo revoleó por los aires sin piedad. El japonés abrió bien los ojos para ver qué clase de vehículo lo había arrollado y cuando pudo levantar la cabeza del suelo se encontró con el rabioso rostro de Sanabria insultándolo de pies a cabeza.
Es cuestión de saber ahorrar: Nakajima pudo evitar un golpe, un insulto y la molestia general si se guardaba ese lujo para una práctica o para un instante en el que, de verdad, hubiera necesidad de hacer esa jugada. ¿Nakajima hubiera hecho eso si el partido lo va perdiendo Japón 1-0 ante el mismo rival y a falta de un minuto para terminar el encuentro? Suena imposible pensar en ese escenario.
Los lujos siempre serán bienvenidos en el fútbol. Se necesitan. Hay que mostrarle algo distinto a la gente que, por ejemplo, sale decepcionada de un estadio al ver un duelo entre dos colosos que se reúnen para aburrir al resto, como ocurrió hace ocho días con el River – Boca en el Monumental. Pero los lujos que llaman a pensar en el verdadero respeto hacia los rivales y hacia un jugador, son los que se hacen en los momentos límite; los que surgen como una solución a un problema en la cancha y no los que se tiran como cohetes de pirotecnia y que no tienen sentido.
Lujos son los de Maradona sacándose seis ingleses; lujos son los de la Gambeta Estrada matando el balón en su calva cabeza para que nadie se la quitara y así poder derrotar a René Higuita; lujos son los que Ronaldinho, haciendo un sombrero en el área, se quitó la marca de un zaguero para hacer un golazo a Venezuela en una Copa América; lujos son los que Pelé, también apelando al sombrero, se sacó dos defensas y batió la portería de Gales en el 58.
Lo de Nakajima fue tontería en estado puro.