Era imperdonable en mi propia disciplina juvenil. Perderse los goles de un domingo de fútbol resultaba inadmisible. Si no se coronaba el noticiero de las 7 de la noche al acabarse la semana, era directamente perder la posibilidad de saber qué había ocurrido en el fútbol colombiano porque nunca más los repetían.
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A las 7 del domingo, instante para aplazar las tareas o incumplir favores caseros como el de apagar las luces del hogar para que el recibo de la luz no llegara más caro. Y si el teléfono sonaba podía quedarse repicando hasta la eternidad, que en esos tiempos duraba media hora apenas. A las 7:31 p.m. la vida tenía un retorno hacia la normalidad y el alma encontraba un rezago de paz mientras terminando un volcán de plastilina con Alka seltzer, uno se quedaba medio idiota pensando en lo duro que pateó al arco Nery Franco, o en el inimaginable error del siempre correcto arquero del Unión Roque Pérez en una derrota más de los samarios, o el penal fallado de Karabín frente a Pereira.
Era en ese momento o nunca. Si uno perdía la posibilidad, era hombre muerto porque al otro día transmitían otros ángulos, polémicas arbitrales, pero jamás los goles completos. Y no existía peor sensación de estar en medio del recreo sin tener de qué hablar el lunes.
La semana valía la pena solamente con eso de poder ver los goles de acá. Los presentaba Hernán Peláez en Noticias Uno y a veces el gran ‘Bocha’ Jiménez emergía como reemplazo. El ‘Bocha’ ya era cara muy conocida por cuenta de su sección deportiva en el Noticiero Promec. Del otro lado. Iván Mejía y el “imitado, pero nunca igualado show del gol Criptón”. El grandísimo Carlos Julio Guzmán, desde luego, poniendo apodos divertidos y ensalzando la belleza de la mujer colombiana en las tribunas, supo ser anfitrión de esos goles de noche de domingo en los noticieros 7 días en el mundo y AM/PM.
Y había que organizarse de verdad para que no apareciera la opción de quedarse sin ese alimento para el alma: mi mamá nos hacía ir a misa, entonces el tiro era convencerla para que fuera en la mañana; si les daba por un almuerzo por fuera de Bogotá, el regreso era a las 5. Máximo 5:30 p.m. El momento no podía arruinarse.
Duré años así, buscando que la vida no me usurpara la felicidad desde 1985 hasta 1993. Nunca mi cálculo falló y creo haber visto cuánto gol hubo en Colombia. La racha cayó en la excursión del colegio. Jamás pude ver el gol de Junior Da Silva al Cúcuta en un triunfo azul 2-0 de octubre.
Hoy la cosa es tan distinta. No hay opción de perderse los tantos de la jornada ni por equivocación. Es lindo pero se perdió esa mística inquebrantable de sacrificar todo por 10 minutos de goles.