Sixto Muñoz afirma tener 105 años. Eso mismo ha sostenido desde comienzos de este milenio, cuando falleció Criterio, su último hermano sobreviviente. Después, dejó de preocuparse por contabilizar edades. Ambos eran los dos únicos hablantes conocidos de la lengua tinigua. Desaparecido Criterio, Sixto ostenta, pues, una singularidad que lo diferencia del resto de los mortales.
Colombia es uno de los países con mayor diversidad lingüística en el continente. Se calcula que “por estos andurriales” existen unas 65. Las razones resultan ‘geopolíticamente’ deducibles. Si damos por cierta la teoría de que en la América prehistórica la especie humana fue colonizando el sur vía el Darién, fácil resulta suponer que quienes arribaron a la Patagonia o decidieron detener la marcha en algún punto del trayecto, debieron atravesar obligatoriamente el territorio nacional.
Lo triste viene al enterarnos de que, de las susodichas lenguas, casi todas ‘asentadas’ en la Amazonía y los Llanos, treintaidós cuentan con menos de mil hablantes, condición que las sitúa en serio riesgo de extinguirse. Los tiniguas fueron una poco documentada etnia que en principio ocupara los llanos del Yarí, en Caquetá, hasta los 40 del siglo XX, momento en que hubieron de desplazarse hacia la serranía de La Macarena, en Meta. Ya por entonces su número no superaba los cincuenta individuos.
Sixto, cuyo tiempo biológico real debe estar entre los 85 y los 95, relata su historia en castellano y con estupenda memoria, aunque con imprecisiones en lo concerniente a fechas e inocultable melancolía. Quienes han tenido el privilegio de oírlo, encontrarán en las agresiones de colonos, caucheros, buscadores de pieles y pueblos vecinos, algunas de las causas para tan lamentable disminución poblacional. Ello sumado a la aniquilación sistemática a decenas de tiniguas, perpetrada por un tal Hernando Palma, bandolero. Eso debió ser entre 1949 y 1950. Unos pocos lograron huir. Pero casi todos sucumbieron. Por hallarse entonces en San José del Guaviare, Sixto consiguió permanecer a salvo.
Hace una semana, de visita por el Instituto Caro y Cuervo, tuve ocasión de conocer un nuevo libro editado por la entidad en cuestión y agrupado bajo el rótulo de El hombre sin miedo: la historia de Sixto Muñoz, el último tinigua, obra de los investigadores Ricardo Palacio Hernández y Katherine Bolaños. Narrado como una aventura personal, el texto nos sumerge en un las intimidades de un ser excepcional. Pero, además, en esa Colombia escondida de los ojos de muchos de quienes nos decimos colombianos y en las cotidianidades de grupos humanos sometidos a toda suerte de precariedades y anclados al fuego de un conflicto ajeno que todavía no finaliza.
Por longevo que sea, un día don Sixto se reunirá con Criterio y con Tyutza, como él llama a su Dios. Con él se irá un sinnúmero de saberes, cosmovisiones y prácticas. De momento, presa del abandono estatal y la soledad, este personaje sobre cuyos hombros descansa el peso de una cultura entera, tiene su lugar en el resguardo de El Barrancón. La sabiduría de una nación y la lucha de dos investigadores con igual dosis de obstinación que de apasionamiento son los ingredientes del referido texto, cuyos aportes trascienden lo lingüístico y dan cuenta de un espacio trazado por violencias, enigmas y procesos bruscos de aculturación aún en curso. Lectura recomendada para quienes profesamos esta suerte de devoción mística por la palabra. ¡Hasta el otro martes!