Con el reciente lanzamiento de la nueva Cinemateca Distrital, Bogotá le está apostando al cine y a la cultura. El reto está en que no se trate de una edificación más, sino que pueda responder a las necesidades de una ciudad que tiene que pensar menos en cemento y más en las personas. ¿Cómo hacerlo? Junto a la ilustradora Lizeth León y al joven periodista Carlos Mayorga, nos tomamos varios cafés pensando en que este es un momento clave para que los proyectos arquitectónicos se comprometan a ofrecer espacios de diálogo entre lo que se construye con ladrillos y la gente. Así nace Puentes de Memoria.
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Puentes de Memoria es una idea que busca que se aprovechen los espacios de tránsito de la ciudad para crear instalaciones permanentes adaptables: murales interactivos, videoinstalaciones, ejercicios de visualización de datos y otras expresiones del arte que puedan integrar a la comunidad con su entorno. Para ello hay que dejar de pensar que las edificaciones son apenas espacios físicos y que pueden llegar a transformarse en espacios vivos, de constante diálogo, reflexión y confrontación con nosotros mismos, nuestra memoria y lo que somos como país. Bogotá es nuestra casa y por eso debemos cuidarla y protegerla y entender que como casa, tiene memoria: pública, privada, a veces secreta, a veces oculta, y que sin importar cómo se manifieste, nunca hay que dejarla en el olvido.
Así como Sao Paulo logró consolidar el graffiti como un referente para entenderse como ciudad, Bogotá también puede aprovechar sus espacios de tránsito para integrar a sus habitantes en un diálogo permanente. Imaginamos una Bogotá a la que no se le imponga un eslogan, como el “te amo Bogotá”, sino que el proceso para encontrar su identidad sea resultado de la construcción colectiva. Y qué mejor para hacerlo que incentivar una reflexión sobre lo que esta ciudad considera que es la memoria, y preguntarnos acerca de los objetos que consideramos representan dicha memoria; o los lugares; o las personas.
Soñamos que la cultura sea lo que guíe el momento de posconflicto que vivimos y evite que la polarización nos reduzca como sociedad. Cuando ejemplos como las cantadoras de Bojayá han sanado sus heridas con alabaos, al igual que con otra forma de arte lo han hecho las tejedoras de Mampuján, sabemos que la cultura es la salida a la que se le debe apostar desde cada rincón de Colombia. La recuperación del Bronx o la inauguración de la nueva cinemateca deben ir más allá de un nuevo “vestido” para los espacios que hacen parte de la ciudad y deben ir acompañados con iniciativas que permitan la apropiación de dichos espacios, tanto con la interacción con los transeúntes, como con la creación de proyectos que promuevan la reflexión.
Hace poco en San Salvador (El Salvador), recorrí un museo como el único visitante. Tuvieron que prender las luces cuando llegué en horario regular. La gestión cultural está para tomar la crisis de los espacios tradicionales de apreciación del arte como un desafío. Hoy los museos no están, necesariamente, en espacios cerrados. Los espacios de tránsito pueden replantear las expresiones artísticas para establecer un diálogo en tiempo real y cotidiano (un poco como las redes sociales). E incluso esos espacios de tránsito, también deben ser pensados para que no terminen siendo paisaje, sino que hagan parte de ciclos que se renueven y que así como en los museos, respondan a la coyuntura e inviten a pensar a la gente.
Puentes de Memoria es solo una invitación, una idea para que aquellos que tienen el poder de decisión en sus manos, tomen la cultura como pilar para que superemos las diferencias como sociedad. Aprovechemos entonces los espacios, nuestra casa, Bogotá, y hagámosla más nuestra que nunca.