Bogotá es la ciudad en la que se pierde más tiempo en los trancones, según un estudio de INRIX Global Traffic Scorecard. El tiempo de desplazamiento, algo que las empresas no consideran aquí como tiempo laboral, es un tiempo perdido que solo pone a prueba la paciencia de quien se sienta frente al volante entre 3 y 5 horas al día. ¿Se ha puesto a pensar en qué podría invertir esas horas que no le están pagando y que no le generan ningún tipo de satisfacción?
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Me gusta hacer preguntas obvias porque al final la respuesta siempre es la misma: la cultura. El pasado 7 de febrero, el día en que se llevó a cabo un nuevo Día sin Carro en Bogotá, el Teatro Mayor Julio Mario Santodomingo tuvo a la Academy of Ancient Music, un ensamble de música barroca y clásica, para presentar a Reino Unido como país invitado de honor en 2019, a propósito de los 80 años del British Council en Colombia. Sí, el día en que Bogotá descansó un poco del estrés, al prohibir el caos y la contaminación del exceso de carros, la cultura brilló de la mano de Laurence Cummings, organista y clavecinista que dirige la Academy of Ancient Music.
Frente a ellos, confirmé la receta del éxito. En primer lugar, la mal vista disciplina funciona en todos los campos y riñe un poco con la publicidad facilista que vende que para ser millonarios, felices y famosos solo se debe consumir un producto mágico, abrir un canal de Youtube o pagar por seguidores en Instagram. Sin entrar en cuestiones de gustos, cualquier rol que desempeñemos en la sociedad requiere de esfuerzo, de dedicación y de trabajo arduo para perfeccionar lo que sea que hagamos. “Nuestro arte” no es solo un regalo divino, como humanos también debemos cultivarlo para que fluya desde la estructura rígida o desde la libertad creadora. Y eso se ve en el nivel de talento de este grupo de músicos, que tienen una energía que contagia hasta el menos acostumbrado en disfrutar de las obras de Bach, Händel, Haydn y Purcell.
El segundo ingrediente es la pasión. Como profesor he podido comprobar que quien estudia sin pasión no disfrutará nunca lo que hace y que pensar solo en la retribución económica, no solo asegura la infelicidad, sino también el fracaso. Nadie puede fingir pasiones o maquillar su labor con un amor falso. Eso se nota. Por eso me he topado con ingenieros que terminan escribiendo de cine o arquitectas dedicadas a la cocina. Al final, lo que nos empuja está ligado por ese fuerte deseo de sacar nuestras emociones, las más fuertes, profundas y complejas, y convertirlas en arte. Y no solo en el arte del músico, del pintor o del coreógrafo, sino el que está presente en cada profesión por muy cuadriculada y obsoleta que parezca.
Aunque siempre me he declarado un amante del cine, debo confesar que cualquier expresión del arte moviliza todas mis emociones y sensaciones. Es algo difícil de expresar en palabras, pues solo la propia experiencia permite comprender qué pasa cuando se está frente a toda la puesta en escena de cualquier forma que tiene el arte. He soñado, estando al frente de ellos, los artistas, con momentos mágicos de inspiración en el que la disciplina, la pasión y el tercer ingrediente, la creatividad, logren fecundar ese idilio que llamamos obra. Es fácil pensar en momentos mágicos, la imaginación se puede desperdiciar así, pero solo si la mezclamos con disciplina y pasión pueden surgir momentos valiosos como los que ofrece la Academy of Ancient Music. Así quizás un día el trancón, ese que nos pone a pensar por qué todavía padecemos Bogotá, encuentre una solución con una mente maravillosa para que deje de ser un problema y se convierta también en arte.