El presidente electo designó a Carmen Vásquez como nueva ministra de cultura. En medio del escepticismo y las críticas de las distintas orillas políticas, cabe señalar los retos que asumirá la nueva ministra. El precario presupuesto y la falta de políticas públicas que atiendan problemáticas específicas en sectores como el cine, las artes plásticas y las artes escénicas, sumado a los desafíos que se vislumbran en poblaciones golpeadas por el conflicto son algunos de los asuntos con los que tendrá que lidiar Vásquez.
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La ministra designada es abogada y tiene una maestría en derecho administrativo, algo que evidencia que en Colombia se presta poca atención a la formación de las personas que trabajan en el sector cultural. La insípida oferta de la academia para formar gestores culturales y el nepotismo en el Estado son en parte responsables de que esto sea así. Claro, las buenas relaciones políticas de Vásquez son su punto fuerte, no solo para sacar adelante nuevos proyectos, sino para garantizar que las personas con las que se rodee puedan suplir su desconocimiento técnico en áreas que requieren de expertos. En particular, son tres aspectos en los que debería concentrarse la nueva ministra.
En primer lugar, en un escenario de posconflico como el actual la cultura es fundamental para garantizar la reparación, la memoria y la no repetición en las zonas más afectadas históricamente por la violencia. La firma de paz con las FARC, las negociaciones con el ELN y los logros que se lleguen a dar con las bandas criminales son apenas actos simbólicos que no sirven de nada si no se acompañan por una profunda educación en las regiones para que la “cotidianidad” de la violencia se reemplace por la “cotidianidad” de la sana convivencia. Y allí el arte, en cualquier forma que se presente, logra incidir en las comunidades para que el tránsito hacia la paz se interiorice y sea real. Por eso, el Ministerio de Cultura tiene que fortalecer los espacios culturales del país: festivales, ferias, centros culturales y proyectos de colectivos, con el fin de articular las políticas que se tomen desde Presidencia para que más allá de que no “se hagan trizas los acuerdos”, se implementen (un pendiente del Gobierno Santos).
En segundo lugar, hay que atender las problemáticas específicas de las industrias culturales y creativas y fortalecer la bandera de la economía naranja, que tanto repite el presidente Iván Duque. Y es que en la industria cinematográfica, por ejemplo, eslabones de la cadena productiva como la distribución y la exhibición están olvidadas por parte del Estado. Incentivar estas dos fases con las películas colombianas y regular los monopolios de distribución y exhibición traería grandes beneficios al cine nacional, que debe dejar de ser visto apenas como un negocio y se debe comprender y apoyar su carácter artístico, con todas las implicaciones sociales que eso conlleva.
Por último, el reto de la nueva ministra está en continuar las buenas prácticas del pasado en temas como las bibliotecas públicas y el sector editorial. Claro, hay que pasar de las cifras a políticas públicas que beneficien a todas las regiones, en particular las más olvidadas. En cualquiera de los casos y “por el bien del país” lo mejor es desearle a la nueva ministra una excelente gestión.