Suena la alarma, abres los ojos, haces un esfuerzo para salir de la cama y empiezas tu día. Detalles más, detalles menos, es lo que todos día tras día vivimos, y es un inicio tan mecánico que nuestra respuesta parece automática, tanto así que la mayoría de personas se mantienen en ese estado (automático) todo el día e incluso casi toda su vida.
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Casi porque cuando sucede algún tipo de evento que estremece la vida, algo impactante e inesperado, ese evento logra sacar del letargo a quien está atravesando ese momento para hacerlo consciente al menos durante un breve instante.
¿En serio necesitamos que la vida nos golpee para aprender a valorarla?
Muchas personas lloran la pérdida de sus seres queridos, pero cuando estaban vivos no disfrutaron de su tiempo juntos; se quedan quejándose de su trabajo, su jefe o su salario, pero cuando no lo tienen lo extrañan; miran el cielo esperando un milagro, pero se enfurecen cuando empieza a llover y olvidan que el mismo cielo (con lluvia incluida) es ya un milagro.
Siempre he considerado que hay dos maneras de aprender sobre la vida: una es por experimentación y otra por observación. Podría experimentar lanzarme de un rascacielos para ver si muero o ver lo que ya les ha pasado a los que lo hicieron.
Y aunque hay muchas cosas que claramente necesitamos aprender a costa de nuestra propia vivencia, también es claro que no podemos quedarnos esperando a que la vida nos dé una bofetada para despertar y empezar a valorar lo que somos, lo que tenemos y lo que vivimos.
Las mejores cosas de la vida suceden a quienes están despiertos para verlas, aprovecharlas y disfrutarlas, no a quienes viven en automático cada día de su vida.
¿Qué desayunaste hace tan solo dos días? ¿De qué color vestía tu pareja o tu mejor amigo ayer? ¿(sin tocar o buscar) Cuántas monedas tienes en tu bolsillo hoy?
Son preguntas sencillas, incluso parecerían tontas, pero lo más probable es que te equivocarás al contestar o que tal vez no supieras ninguna de ellas, simplemente porque estás tan concentrado con el hecho de llevar a cabo tu cotidianidad que se te está olvidando vivir la vida.
Despertar es más que abrir los ojos, es darte la oportunidad de abrir la mente, de reaccionar, valorar, aprender y agradecer. Es entender que todos tenemos un rol por desarrollar y una lección que vivir para crecer. Despertar es asumir la responsabilidad de crecer un poco día tras día como personas y de paso ayudar a otros en su camino, aun cuando no sea a nuestro modo.
Despertar es entender que si queremos cambios debemos ejecutarlos, es aceptar sin conformamos, es entender que las diferencias que podamos tener con otros nos pueden enseñar en vez de separar. Despertar es entender que la vida es mucho más que eso a lo que hoy nombras realidad. Y tú… ¿qué tan despierto estás?