Opinión

Diez años, dos meses

Hay noticias que solo se pueden dar directamente y sin vueltas, así duelan. La muerte de una persona cercana es una de ellas. Menos dramática, pero casi tan dolorosa, está la que opacó el Día de las Madres y el liderato de Nairo en el Giro del domingo pasado: el deprimido de la 94 se inundó con el primer aguacero, luego de diez años de construcción y dos meses de uso. Toca darla así porque no aguanta ningún rodeo. Por cuenta del agua, ese día también se tuvo que cerrar el Aeropuerto El Dorado, y los trancones y las inundaciones fueron orden del día en Bogotá. Pero fue el deprimido lo que se llevó los titulares porque no puede ser que una obra que duró y costó el triple de lo presupuestado no soporte el primer envión de la naturaleza.

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Y sí, es cierto que fue un problema menor que se solucionó rápidamente; y sí, también es cierto que Colombia tiene problemas muchos más graves y que casi todos ellos ocurren en las regiones, lejos de la gran lupa de la capital, pero es que el asunto es tan desgastante que ya no queda tolerancia para un error más. Apenas lo inauguraron y descubrimos que lo que había tomado una década y costado casi doscientos mil millones de pesos no era más que una glorieta subterránea que en un país decente habría costado monedas y funcionado un año después de haber empezado la obra, comenzaron los chistes: esa vaina se inunda con la primera llovizna, decíamos. Y nos reíamos para no llorar, sabiendo que tarde o temprano iba a pasar, pero rezando en voz baja para que esta vez hubiéramos hecho las cosas bien y nos estuviéramos equivocando.

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Pero esto es Colombia y acá nuestros peores miedos se hacen realidad. Ya no importa de quién fue la culpa, Si Petro señala a Peñalosa o viceversa, si el error fue humano o técnico, si el contratista no cumplió, lo único cierto es que la vida nos quedó grande. Todos los días fallamos como sociedad y ya no sé si lo mejor es seguir luchando o dejar así y volver a lo básico: las carretas jaladas por animales, el lodo, comer con la mano y hacer las necesidades en un hueco en la tierra; todo atisbo de civilización parece un reto insalvable para nuestras cabezas. Un puente que se cae, una calle que se hunde, las losas de la calle que se rompen, inundaciones si cae agua, incendios si hace sol; basta que a Bogotá, la capital de Colombia, la miren feo para que ocurra un desastre. No aguanta nada.

Y toca hacer chistes y memes de cada desgracia, de cada error, de cada contrato torcido, porque hacer obras civiles bien planeadas y aplicar correctivos parece no ser lo nuestro. Beber, vivir de recocha y robarnos hasta los huecos de la calle, eso es lo que se nos da bien.

No quiero sonar arribista, pero me entero de lo del deprimido de la 94 desde Estados Unidos, y por estos lados el panorama es otro. Este país podrá tener muchos defectos, pero infraestructura le sobra. El otro día fui a un partido de fútbol y entendí que si la Fifa le dijera que Rusia se corrió y necesita hacer el mundial en su suelo, podría organizar la inauguración mañana mismo. A Colombia y sus dirigentes no les pedimos tal eficiencia, nos conformamos con que no la caguen cada vez que tienen que hacer su trabajo.

 

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