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No tienen a su alcance el botón para lanzar armas nucleares. No tienen la potestad de enviar portaaviones, de mandar callar a la prensa, de tirarle el teléfono a otro jefe de Estado. Muchos no tienen una torre en pleno corazón de Manhattan o lucen con orgullo un color naranja desde la médula hasta los pies. No, son personajes que uno tiene que lidiar a diario, personas que tienen mucho de Trump, personas que hacen infeliz la vida, personas que llegaron tarde a la repartición de humildad cuando Dios asignó ciertas cualidades.
Tengo una premisa: la verdadera esencia de las personas, el saber de sus valores y de lo que están hechas en su fibra humana se mide y conoce de manera clara cuando se tiene plata y/o cuando se tiene poder. En el cómo se maneja el poder se desnudan los valores con los que están hechas.
La cosa con Trump es más endémica. Él, con mucho dinero y no tanto poder, ya era nefasto. Ahora con poder, el mayor del mundo, pues el tipo barre con todo. Soberbia, egolatría, delirio de realeza (con el debido respeto por ciertos reyes), mil epítetos han sacado psicoanalistas, psicólogos y psiquiatras de todo el mundo al analizar lo que es el presidente de los norteamericanos. Lo más triste es que todos le caben y él mismo no se ayuda para desmentirlos. Al contrario, cada vez se le ajustan más.
Los Trump del día a día están en muchos factores de nuestra vida, pero se ven con más frecuencia en el mundo laboral. Así como Mozart tuvo a Salieri, uno se encuentra con ciertos personajes que literalmente hacen que la vida se convierta en un padecimiento. Ir a trabajar debe ser un motivo de felicidad más que de supervivencia. Así usted gane 10 millones de pesos o el salario mínimo, si usted al levantarse siente esa sensación de desasosiego por tener que pisar su lugar de trabajo, hay algo que no anda bien. La felicidad, la suya, que es sagrada, queda prostituida.
Y todo esto por jefes que no saben manejar su estatus de poder. Fundamentan su razón de dirigir en la imposición y no en la colaboración. Llegan a la oficina y miran a los otros con un aire de “soy dueño de sus vidas, de sus futuros y el que no está conmigo no merece estar acá”.
Estos Trump del día a día manejan muchas veces un doble discurso. Les gusta ser chéveres como esos profesores que, contando chistes malos, buscan ganarse la aceptación de sus alumnos, pero generan el efecto contrario. Estos Trump del día a día dicen promover la unión, el trabajo en equipo y dicen preocuparse por el bienestar de sus subalternos. Pero no, se sientan en su solio de poder y su mente maquina a quién echar, quién les estorba, y cómo deben figurar ellos antes que sus instituciones, empresas o entidades.
Interrumpen, imponen en reuniones, no hay más razón que la de ellos, un contradictor es visto como un obstáculo que debe salir del paso. Lo curioso es que estos Trump del día a día son serviles ante los que deben rendirles cuentas, ahí sí deben agachar la cabeza. Solo ahí.
Piénselo bien, en muchos momentos de la vida hemos tenido que padecer y lidiar con estos personajes. Son factor de subdesarrollo, eso nos tiene y nos tendrá en el atraso. Pero todo se cae por su peso, ellos no triunfarán, se debe imponer el respeto, el carácter y la humildad. Así pasará con el verdadero Trump.
Por: Andrés ‘Pote’ Ríos / Twitter: @poterios