Si traes a tu mente tus primeros recuerdos de infancia y te enfocas no en tu vida sino en la visión que pudieras tener en aquellos primeros recuerdos del mundo, ¿qué tan diferente resulta ese mundo al actual, en el que vives hoy en día? O mejor aún: ¿estás haciendo realmente algo para que el mundo sea mejor?
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Sin duda a todos nos encantaría ver que el mundo sea mejor; bueno, es lo que se puede deducir cuando se trata de asimilar la opinión generalizada de las personas ante los acontecimientos diarios, ya que como (en general) todo les indigna y todo es merecedor de una severa critica, queda claro que lo que quieren evidenciar es que hay muchas cosas por mejorar.
Y es que vivimos en un mundo de críticos, todos a la hora de opinar siempre son mejores que el presidente(a), alcalde(sa), ministro(a), director(a) técnico(a), profesor(a), o ser humano que tengan frente o esté de turno en una posición de poder. Pero por cada 100 críticas que las personas suelten diariamente es casi seguro que en su mayoría no hacen una propuesta por mejorar aquello que critican.
Aquí hay dos puntos a tener en cuenta, el primero es la falta de iniciativa que tienen el exceso de críticos al solo ver la falla, pero resultan incapaces de proponer algo por cambiar la situación; y en segundo lugar, que muchas veces quienes reciben las críticas asumen el punto de vista del otro como una agresión, tornando el asunto en algo personal, ante lo cual solo reaccionan por un orgullo herido y no se toman el tiempo de analizar qué tanta validez tiene eso que les dicen, y si es posible o no hacer las cosas un poco mejor.
Una crítica puede o, mejor, debería ser un punto de partida, bien sea para emprender una acción que nos permita mejorar (a nosotros o la situación en la que estamos) o para poder entender con mayor claridad y desde otra perspectiva esa situación, ya que aunque la crítica no sea certera o esté bien fundamentada, sí nos permite aclarar la manera en la que lo está viendo quien hace la crítica y eso en sí mismo ya es muy valioso.
A todos nos encantaría ver un mundo mejor, pero la verdad es que poder verlo y disfrutarlo o quedarnos simplemente deseándolo es algo que depende enteramente de nosotros mismos y de lo que hagamos decidida y activamente por lograrlo.
El progreso requiere cooperación, pero es absolutamente inalcanzable si nos quedamos solo criticando. Todos podemos dejar un mundo mejor del que recibimos, o al menos no empeorarlo si tan solo nos alejáramos un poco de la crítica envidiosa y estéril que solo busca avivar las diferencias para convertirla en algo que nos dé luces de cómo mejorar, en propuestas, en propósitos.
Podríamos criticarlo todo y al final caer presas de nuestras propias críticas y aislarnos del mundo sumergidos en nuestro egoísmo y permanecer cegados al pensar que solo nuestro punto de vista es correcto. O tratar de estar por encima de nuestras diferencias, renunciar a ellas para enfocarnos mejor en esas cosas que nos pueden unir, que nos pueden hacer mejores y que pueden permitir que entre todos hagamos de este, día tras día, un mundo mejor.