Opinión

María Antonia y Martín Elías

“Qué falta de todo, llorando la muerte del hijo de un asesino. Colombia está en el séptimo círculo del infierno de los valores morales”, dijo vía Twitter la colega María Antonia García de la Torre (@Caídadelatorre), según explicaciones suyas exaltada ante el duelo mediático despertado por la partida de Martín Elías Díaz. Una tragedia a su criterio más lamentada que la de Doris Adriana Niño en 1997, delito por cuya causa Diomedes, padre del fallecido músico, fue judicializado y condenado.

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Innumerables reproches elevaron a quien pese a ser periodista incurrió en el error –humano, eso sí– de publicar sus pensamientos sin “meditarlos ni editarlos”, hasta la categoría de trending topic. Las opiniones incluyeron desde voces de solidaridad con los ofendidos hasta viles amenazas de agresión a la presunta ofensora, sin olvidar ciertos cuestionamientos malintencionados a la honorabilidad de la familia de quien incurriera en el desaguisado de expresarse así.

Visceralidades como la de María Antonia suelen fraguarse impunes en el ámbito inconfesable de los pensamientos, sin que las verbalicemos, y menos en público. Una reflexión simple acerca del grado de indolencia implícito en estas y las repercusiones negativas de socializarlas para la credibilidad y el respeto que la mayoría de los columnistas atesoran como patrimonios, hubiese de seguro llevado a su autora a descartar compartirlas con el mundo. En el caso presente existe una familia y millones de gentes vinculadas desde lo sentimental al legado creativo de ambos artistas, quienes, más allá de sus flaquezas personales, encuentran en ellos una inspiración o una banda sonora. Obviar por la ira los protocolos que deben anteceder toda declaración pública de quien ostenta el rótulo de comunicador, soslayando el duelo ajeno, involucra riesgos.

Ahora… Antes que reprochar, victimizar, ajusticiar o beatificar a la implicada, cabría examinar, más que su comentario, lo que suscitó tal pronunciamiento, sin duda infortunado. Además de la dosis de poca empatía que en principio pareciera insinuar –para algunos justificable por las banderas feministas que María Antonia enarbola con tan reconocida vehemencia–, uno de los detonantes de semejante molestia fue su argumentación. Como lo manifestó Juanita Riveros en PUBLIMETRO, nadie escoge sus progenitores. De ahí la ligereza de prejuzgar positiva o negativamente a alguien por los suyos, quienesquiera que sean. O de considerar que un nexo genético nos hace beneficiarios del mismo castigo impuesto a nuestros parientes por sus acciones. Ya suficiente hay con el estigma como para reforzarlo.

No la justifico. Pero tampoco respaldo el apedreamiento ni las amenazas. Somos imperfectos y fallamos. Todos, bajo el imperio de la rabia o la euforia, y a veces en ámbitos muy indebidos, hemos emitido rebuznos dignos de arrepentimiento perpetuo. Su equivocación consistió en amplificar los suyos con megáfono. Las posteriores explicaciones y aclaraciones al respecto, admitámoslo, no han contribuido en demasía a transmitir una sensación general de contrición ni a disipar el conflicto.

Al final, y sin minimizar unas u otras responsabilidades, más que a quiénes culpar dejo exclamaciones: qué poco receptivos terminamos siendo para oír razones o aceptar excusas. Qué bueno sería pensar antes de ‘twittear’ y no ‘twittear’ antes de pensar. Qué difícil nos resulta a unos y a otros perdonar. Qué propensos somos a redoblar nuestra furia frente a cualquier muestra de arrepentimiento venida de aquel a quien etiquetamos como enemigo. Qué bien se nos da vengar una agresión o una equivocación con otras peores. Qué triste que hasta la marcha prematura de un ídolo sea motivo para desunirnos.

*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.

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