A ver; te enamoras de un ser que te parece extraordinario porque te hace sentir correspondida para luego tirarte al bote, y no debes sentir ni mierda después de eso. ¡Ah, bueno! ¿Por qué «yo» como feminista termino chillando por el desamor de un tipo? Porque soy una mujer como todas. Con apegos, con egos, con sensibilidades; con una deformación amatoria enquistada. El modelo amatorio heredado es una cosa que cargamos de toda la vida .Y no es tan sencillo desarraigar ese modelo.
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¡Claro que como feministas nos encabrona saber más de amor despatriarcalizado en la teoría que en la práctica! Obviamente practicar el amor libre de egos, posesión y de celos; libre de jerarquías con ejercicio de poder y libre de dramas no es tarea fácil. Es una misión que nos cuesta. Y nos cuesta porque nos desacomoda.
Porque nos lleva a ser menos la mujer de su vida para ser más la mujer de nuestra vida. Porque aunque sabemos que hacemos bien al decidir no jugar el rol de la mujer complaciente en todo, nos sigue doliendo el rechazo de aquel hombre. Nos partimos la cabeza pensando una y otra vez: «y si yo hubiera sido más de esto y menos de lo otro», «si le hubiera llevado la idea», «si lo hubiera manipulado con una falsa dulzura y comprensión sólo para hacer que me diera todo el placer y compañía que quería recibir de él»… Y si esto, y si lo otro.
Sabemos que nos “tiró al bote” porque no quisimos ser princesitas sumisas sin mayor iniciativa que cumplir sus fantasías sexuales y afectivas. Ah, se me olvidaba la otra aspiración: la de adularlo de tiempo completo sin hacer mayores exigencias, porque no nos dio la gana de jugar a ser su complemento.
Queríamos ser su compañera, auténtica, con luces y sombras, sin miedo a ser débiles, ocasionalmente infantiles y consentidas, y al mismo tiempo poder ser fuertes, agresivas, determinantes y radicales; tan heladas o cálidas según las circunstancias dadas. Queríamos poder pelear por ideas y por situaciones de ser necesario, y hacerlo con la misma pasión que follar con apetito sexual voraz. Queríamos poder ser sin fragmentarnos en el disimulo, ser diferentes sin que eso nos costara perder todas esas cosas que nos agradaba de estar juntos. Queríamos ser compañeras eróticas e intelectuales sin que una cosa estorbara la otra, compañeras en la vida aún cuando no deseáramos serlo las 24 horas de cada día.
No importa si lo amábamos como se ama al hombre que queríamos en la vida como compañero de tiempo completo, o al hombre que queríamos como amigo para follar, trabajar, reír y llorar. No importa si lo amábamos y admirábamos como el hombre que queríamos en la vida para todo y para nada. Nos duele igual. Y aún cuando sentimos esa agonía que nos despierta el desamor de quien ha logrado drogarnos con la química del amor, seguimos resistiendo porque sabemos que si nos tiró al bote por nuestra “extraña” manera de ser, no era tan extraordinario como lo pensábamos. Aún cuando todavía lo extrañemos en la mente, en el alma, en la piel y el clítoris.
Y nos damos duro. Nos castigamos: «¿Cómo es que a mí siendo feminista radical me pasa eso? ¿Por qué me está doliendo esto y lo otro?»
¡¿Y es que porque soy feminista no me va a doler que el tipo que aún me mueve sentimientos me tire al bote?! No somos de palo. Somos humanas y, como tal, tenemos toda la capacidad de amar y nos estimula ser amadas. Y si bien el feminismo propone otras maneras de amar y nos exhorta a desaprender el amor como sentimiento involuntario, para re-aprenderlo como una acción voluntaria, eso es algo que no aprenderemos por osmosis.
Desaprender el amor heredado para aprender el amor consciente toma tiempo y necesita de práctica y de experiencias, quizá de varias experiencias antes de entender otras maneras de amar saludables; y mientras lo logramos vamos a sufrir.
Lo único que nos reconforta el alma es reconocer la diferencia entre el sufrimiento por amor siendo feministas y el sufrimiento por amor sin ser feministas. La diferencia radica en que nos hacemos responsables de nuestros sentimientos porque los estudiamos, los comprendemos y los aceptamos responsablemente. No culpamos a alguien más. Nosotras asumimos el dolor como consecuencia de una decisión; la decisión de amar a alguien con sus luces y sombras, por sus luces y sombras, y lanzarnos conscientemente a asumir ganancias y pérdidas por esa decisión.
Es indiscutible que el amor es una de las sensaciones más extraordinarias de las que podemos disfrutar las personas. El amor libera dopamina que es el neurotransmisor que está presente en diversas áreas del cerebro y que es especialmente importante para la función motora del organismo. La dopamina es importante en todas las respuestas nerviosas que están relacionadas con la expresión de las emociones; es tan importante que se puede administrar dopamina en el tratamiento de diversos tipos de shock. Libera también serotonina, una sustancia química producida nuestro cuerpo que transmite señales entre los nervios y también funciona como un neurotransmisor. Es considerada por algunos investigadores como la sustancia química responsable de mantener en equilibrio nuestro estado de ánimo, por lo que el déficit de serotonina conduciría a la depresión. Y otra sustancia que libera es la oxitocina, hormona relacionada con la conducta sexual, con la felicidad y con el sentimiento maternal y paternal. Contribuye a modular el estado de ánimo, así como a solidificar las relaciones sociales entre las personas. Es absurdo que pensemos que por feministas esta droga tan poderosa, como lo es el amor, deje de afectarnos poderosamente.
Cuando entendemos que el amor es una droga somos más cuidadosas con lo que yo denomino el casting afectivo: esa etapa maravillosa de conocer y de explorar a otra persona para decidir si continuamos o no. No sabemos qué persona queremos amar, pero sí sabemos qué tipo de persona no deseamos amar.
Cuando amamos como feministas somos conscientes de nuestras debilidades afectivas y decidimos a quién aceptarle esta droga y a quién no. Si bien es cierto que es imposible controlar quién nos despierte amor y quién no, sí podemos decidir cuál amor cultivar y cuál no. Y cuando entendemos qué es lo que nos está doliendo, afectando y haciendo sufrir, lo asumimos mejor y nos dejamos de huevadas.
También puede pasar que nos demos cuenta de que nuestro gran dolor es saber que ya no se darán todas esas cosas que queríamos hacer con él en el sexo, en la vida, y que no se pudieron porque nos tiró al bote antes de tiempo, señal de que sigues siendo feminista aún cuando el amor te sigue jodiendo la vida.
NO VAS A PERMITIR QUE ESE DOLOR te robe tu amor propio. Eso de ser feministas y sentirse la súper woman, creer que ya mágicamente somos libres, es tan ingenuo como ridículo. Somos feministas no porque mágicamente cambiamos nuestras maneras de sentir, si no porque aprendemos a asumirnos sin miedo.
El asunto es que aunque lloremos «toda la vida” la ausencia o recuerdo, la vida sigue y hay que superarlo por amor propio. No importan las razones por las cuales no funciono, porque decidimos ilusionarnos con alguien que no pudo valorar ni corresponder a todo lo que entregábamos. Lo que importa es que fuimos felices el tiempo que fue posible, que debemos superar el dolor en el ego porque nos “tiraron al bote” y que la próxima vez amaremos de un modo más saludable.
Eso, en últimas, es inteligencia emocional, y la inteligencia emocional no sólo nos potencia como mujeres, puede evitar que terminemos involucrándonos con un feminicida como Julio Reyes o como tantos otros violentos patriarcales que creen que la mujer les pertenece y pueden disponer de su vida.
No dejaremos de amar por ser feministas. Aprenderemos a amar con mayor calidad y responsabilidad gracias al feminismo en nuestra vida.
Mar Candela – ideóloga Feminismo Artesanal / @femi_artesanal