La semana pasada el Parlamento Europeo aprobó un informe sobre medidas de bienestar para los conejos criados con fines de consumo humano. Este documento establece la eliminación progresiva de las jaulas y la crianza colectiva en suelo. Pese a ser los conejos el segundo grupo de animales más explotado en Europa (320 millones anuales en promedio), eran los únicos cuya utilización permanecía completamente desregulada. El efecto de esta ausencia normativa era (o seguirá siendo mientras las medidas entran en vigor) prácticas de explotación intensiva de extrema crueldad, favorecidas por las condiciones de hacinamiento.
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La aprobación de este informe, cuya implementación depende en buena medida de la voluntad de los Gobiernos y de la exigencia de los ciudadanos, suscitó una discusión que ha empezado a adquirir tintes de ‘clásico’. ¿Regular la explotación de animales usados para consumo, mediante políticas de bienestar, es un camino aceptable para proteger los intereses de los animales o va en detrimento del fin último que es su liberación?
Cuando observo las miserables vidas de los conejos explotados por su carne, su pelo y su piel, y pienso, a la vez, en la condición humana mayoritariamente egoísta, banal y caprichosa, lejana aún de una conciencia que la lleve a poner fin a prácticas como estas, la respuesta a aquel dilema me resulta casi obvia. Prefiero avanzar en bienestar, aquí y ahora, en beneficio de los conejos –únicos que padecen en carne propia la maldita explotación– y no estancarme en un propósito que, de momento, resulta más teórico que posible.
¿Con qué cara le diría a uno de los miles de millones de animales que sufren ahora mismo que no apoyé una moción para que su explotación se diera en condiciones menos dramáticas porque mi propósito es la plena liberación de todos los animales? ¿No sería esto de, algún modo, decirle que él como individuo no cuenta pero sí, en cambio, los de las generaciones futuras de su especie? ¿O restarle importancia a la realidad pura y dura de su sufrimiento por una aspiración que, aunque justa, parece imposible de materializarse en el inmediato futuro?
Ver desaparecidas las prácticas violentas que se ejercen sobre los animales es, por supuesto, el justo derrotero de la lucha por su defensa y protección. Pero en nombre de este fin, no deberíamos negarles la posibilidad de llevar vidas menos miserables. Su interés en no sufrir por causas evitables es un asunto tan serio, incluyéndonos, que debería alinearnos en la búsqueda de medidas que nos acercaran, lo más pronto posible, a su realización.
En ocasiones, incluso, deberíamos valorar si oponernos a medidas de mejora no nos sitúa más cerca de quienes prefieren que las cosas permanezcan tal como están. Al respecto, los criadores de conejos han afirmado que implementar las medidas del informe podría conducirlos al cierre de entre el 70 y el 90% de las explotaciones, al menos en España. Obviamente, buena parte de su negocio radica en mantenerlos en jaulas, sometidos a dinámicas de reproducción y crecimiento acelerados. Es decir que la regulación de esta explotación, mediante estándares de bienestar, haría el negocio insostenible.
La posición inicial de los eurodiputados frente al informe era de abstención o rechazo. Sin embargo, la presión de sus votantes los llevó a apoyarlo. Esto también debe decirnos algo.