La leyenda de “Los Billis”

‘El Pote Ríos’ nos hace un repaso de ‘los Billis’, la subcultura bogotana de pandillas más famosa de la década de los ochenta entre la clase media-alta de la ciudad.

Bogotá, un viernes cualquiera de 1986. Entrada seis de Unicentro. Uniplay, el sitio de moda para jugar videojuegos, está repleto. Un grupo de 20 jóvenes se reúne al frente del lugar en medio de risas. Todos se visten de manera similar, no superan los 17 años y se dedican a hablar entre ellos y a mirar niñas lindas que pasan moviendo el copete estilo Alf. De vez en cuando le echan una filosa mirada a algún irrespetuoso que se ha atrevido a mirarlos a los ojos o a pasar por ahí creyéndose más. Se oyen apodos: ‘Ballena’, ‘Ike’, ‘Chuchín’, ‘Acuamán’, ‘el Paisa’, entre otros.

Eran ‘los Billis’, la subcultura bogotana de pandillas más famosa de la década de los ochenta entre la clase media-alta de la ciudad. Una época de recuerdos para quienes tenemos más de 35 años, que dejó cosas buenas y otras muy malas.

El término ‘billi’ no tiene derechos de autor y nadie sabe de dónde salió, lo cierto es que no tiene nada que ver con los Bee-Gees, el grupo musical. Simplemente ‘los Billis’ eran amigos que se unían por el vínculo de la cuadra, del barrio, del centro comercial. Como ocurre con todo combo o pandilla (un término con una connotación más fuerte hoy en lo social que en ese entonces), ellos representaban un barrio. El de Unicentro era el más grande y aglutinaba a ‘los Ñatos’ de Niza, ‘las Pirañas’ de Santa Bárbara, ‘las Garzas’ de Pontevedra, los del Parque de Cedritos, ‘las Galas’ de La Floresta, ‘los Chaquetos’ de la Alhambra y los de Multicentro y Pasadena, entre otros. También estaban los de Modelia, los de Villa del Prado y uno de los más temidos: el Combo del Centro, con personajes como ‘Presto’, ‘Loro’, ‘el Egipcio’, ‘Gárgamel’, ‘Nazi’ y ‘Gonzalo’.

El combo fue creciendo y llegaron a ser más de 200 compañeros entre hombres y mujeres. El plan era simple: pasar la tarde en Uniplay, tomar cerveza en Aki e Hipopótamos –dos tabernas que estaban una encima de la otra en Unicentro– y salir a buscar una fiesta o un prom para entrar a bailar. Como parte del plan se armaba una que otra pelea, casi siempre por tres razones: porque no los dejaban entrar, porque los miraban mal o por celos con los mejores bailarines, que se levantaban a las mejores viejas. Un mínimo pretexto para pelear era suficiente.

Río Disco fue otra de las discotecas que animaron el ambiente de la época. Allí, al son de Michael Jackson, Prince, Kool and the Gang o el breakdance se hacían concursos de baile que terminaban en duelos entre barrios. También “se peleaba” a punta de baile.

En los tropeles o peleas existían códigos. Si se trataba de darse entre dos, nadie más se metía. Si se involucraba otro, pues del otro bando salía otro para darse en la jeta también. La palabra se respetaba y todo era a punta de puños.

Era una hermandad que se protegía entre sí y se divertía en una Bogotá que poca diversión ofrecía. La de los ochenta fue una década mágica en el mundo y ‘los Billis’ aportaron a eso. No había Noticias Caracol o RCN para registrar que en una portería hubo una pelea entre adolescentes; no, el matoneo no hacía parte de los titulares y no existía la inmediatez de los celulares. Por eso, dentro de ese halo de nostalgia, la leyenda de ‘los Billis’ conlleva un lado que quedó oculto.

Con el paso del tiempo los puños ya no fueron la única herramienta: se empezaron a ver puñales, bates y armas de fuego. La cosa empezó a volverse un problema social con atracos, destierros, amenazas y, tristemente, muertos. Muchos de los célebres ‘Billis’ se quedaron ahí, no progresaron, otros tuvieron como destinos la droga, la cárcel, el ostracismo o la muerte. Pagaron un alto precio.

Hoy, al lado de las noticias que vemos o que nos llegan al celular, gran parte de las historias de ‘los Billis’ son un “cuento de hadas” al lado del índice de maldad que actualmente se respira. Puede ser que la avalancha de información desnude esas situaciones y que en la época de este grupo no se supieran muchas cosas, pero yo, que la viví, doy fe de que era mejor arreglar las cosas con honor y dentro del furor adolescente de proteger la novia, los amigos y la cuadra, a lo que se ve hoy. Eso sí, no lo justifico, jamás. Hoy, con las leyes, la información y la corrección política actual, ‘los Billis’ no existirían jamás.

Ser ‘Billi’ marcó una época. Sé que quien lea esto y lo vivió coincidirá conmigo en que los ochenta en Bogotá fueron algo inolvidable bajo ese marco de ir a Uniplay de Unicentro a sentirse alguien. A sentirse vivo. Eso forjó y dañó vidas. Para bien o para mal.

Por: Andrés ‘Pote’ Ríos // @poterios

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