Opinión

Retractación no concedida

Nunca me voy a retractar de creerle a una mujer que denuncia y brindarle acompañamiento en lo que me sea posible. Como nunca voy a condenar a un hombre antes de que lo haga el o la juez. Juristas tienen la obligación ética, moral y profesional de creer en la inocencia hasta que se compruebe lo contrario. Uno de los principios generales del derecho en materia penal es la presunción de inocencia. La presunción de inocencia establece que nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario. Todas las demás personas tenemos el derecho a señalar dudas hasta que se esclarezcan los hechos. Podemos cuestionar en público y en privado lo que consideremos pertinente al caso. Cuestionar y señalar no es equivalente a culpar y condenar. Eso es algo que la mayoría de personas no comprenden y que me ha costado el afecto y simpatía de personas queridas, ya que mis cuestionamientos en público y privado a casos de alta resonancia han sido interpretados como condena pública. Hace poco una seguidora de mi Twitter me dijo que si pensaba retractarme públicamente de acusar a Antonio Morales de violador e incluso me preguntó que si escribiría una nota al respecto. A lo que respondí sin tarareo: No, hago notas en los periódicos por encargo y tampoco tengo nada de qué retractarme, señale públicamente que en su momento ese caso no había sido resuelto y cuestioné todo lo que consideré y acompañé la denuncia por el tiempo que me fue posible. ¿Es muy difícil comprender que mi deber ético es hacer eco a cada denuncia de la que tengo conocimiento hasta que el juez diga la última palabra y que no condeno, que lo que hago es dudar y exprésalo? Es mi compromiso exigir que ningún caso sea archivado sin repuesta satisfactoria con la tranquilidad de que se garantizó el debido proceso y que no hubo alguna estrategia tramposa para que el victimario fuera declarado inocente. No es un secreto que ricos y poderosos se valen de todo tipo de mañas para no pagar condenas serias e incluso lograr archivar casos por falta de pruebas y ser declarados “no culpables”, que a mi entender nunca es igual a inocente. Ya que el hecho de que no existan pruebas contundentes no garantiza que las acusaciones sean falsas, simplemente significa que no se puede condenar sin evidencias contundentes e irrefutables.

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No es un secreto que en este país la justicia tiene un precio y que la corrupción está a poco de ser aceptada como idiosincrasia colombiana .No es descabellada la idea que coge cada vez más fuerza en el imaginario colectivo que dicta que jueces, juristas, políticos y empresarios son corruptos hasta que se compruebe lo contrario. Siento una ira que me embriaga y produce un ataque de ansiedad incontenible cada vez que se comprueba una denuncia de abuso o acoso sexual hecha por mujeres, que sin duda deben padecer alguna afectación psicológica, o por lo menos un problema serio de autoestima, lo cual puede explicar su abominable acción, mas no justificarla.

Pienso que cada mujer que miente no solo daña el buen nombre de un hombre inocente y arruina su vida al someterla a escarnio público y a tela de juicio social, sino que también afecta negativamente la búsqueda de justicia de cientos y miles de mujeres que tienen sus casos archivados o tratados con paquidermia infinita por no ser casos de resonancia mediática o de intereses políticos. Debe ser sancionada de manera ejemplarizante para que las mujeres que consideren opción denunciar falsamente lo piensen muchas veces antes de hacerlo.

Tengo absoluta conciencia que porcentualmente a las denuncias verdaderas de mujeres víctimas de todo tipo de violencias no solo sexuales, el porcentaje de las denuncias falsas de varias mujeres es “casi nada”. He sido insultada por hacer eco de cada denuncia que recibo de mujeres acusando a hombres reconocidos y poderosos de acoso e incluso de violación, aun cuando he puesto el eco de mi voz no condenando a estos hombres, sino sometiendo la denuncia a la luz pública con el ánimo de exigir que se esclarezcan los hechos. He sido insultada incontables veces por hacerlo.

También he perdido afectos por la misma razón. Hace un tiempo ya una de mis mejores amigas, después de una álgida discusión por el caso de Antonio Morales, dejó de hablarme. Y decenas de seguidores en redes sociales dejaron de seguirme. Preguntan que si no me arrepiento del daño causado al buen nombre de este señor y les respondo con plena seguridad: no causé ningún daño. La denuncia no era ningún secreto estatal y yo simplemente hice lo que tenía que hacer. Es mi deber creer en la mujer que denuncia porque soy consciente de que la mayoría de denuncias serias son ignoradas y sé que son juristas y jueces quienes tienen el trabajo de esclarecer el caso.   A mí me corresponde darle mi voto de confianza a cada denuncia y hacer eco. De ninguna manera condené a Antonio Morales ni he condenado a ningún hombre al que he expuesto que están denunciados por algún tipo de violencia de género. No me arrepiento. Lo volveré a hacer en cada denuncia una y otra vez mientras la vida me lo permita. Tampoco me arrepiento de hacer eco a la denuncia por acoso sexual que le hizo una mujer al exdefensor del Pueblo, Jorge Armando Otálora, como tampoco me arrepiento de quedarme callada cuando me dicen que un concejal reconocido y admirado por cientos de personas golpea a su cónyuge cada vez que ella le reprocha su infidelidad y sus visitas a prostitutas e incluso dicen que en una de esas golpizas la mujer terminó en una clínica reconocida de Bogotá. Aun cuando personas muy cercanas a su entorno social me lo han contado debo guardarme todos mis señalamientos y no me arrepiento de este silencio. Es posible que esas personas que me contaron estas cosas me dejen sola y yo quede como una difamadora. No voy a exponerme a perder credibilidad. No me arrepiento de callarme porque simplemente la mujer no denuncia, y las personas que dicen ser testigos tampoco quieren hablar abiertamente. No me arrepiento de callarme cuando las pruebas no existen. No existirán mujeres putamente libres mientras exista el silencio de las víctimas y las personas testigo, tampoco mientras siga la maldición de las denuncias falsas.

Mar Candela, ideóloga de Feminismo Artesanal

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