Vivimos en tiempos en los que gracias a las redes sociales y a la tecnología se han hecho más visibles las opiniones de todos, parece que muchas más personas tienen voz y quieren expresar su opinión. Sin embargo, cuando uno se detiene un poco a ver qué es lo que realmente opinan, cuál es el fondo de esa opinión, no es difícil darse cuenta que una gran parte son tan solo seguidores de lo que otros dicen, “piensan” o sienten, limitándose a repetir como un disco rayado una verdad que deciden creer sin darse la oportunidad de analizar la validez o veracidad de lo que repiten.
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Por otro lado, existen aquellos que ni siquiera piensan, pero tienen un ojo afilado para criticar absolutamente todo, tiempos en los que todos opinan pero muy pocos analizan, piensan y, muchos menos aún, son consecuentes con sus discursos. Y estos dos grupos de personas no tienen que ver exclusivamente con la vida nacional, la política o las noticias, no. En estos grupos encaja perfectamente la cotidianidad de cualquier persona: desde quien le sigue la corriente a su jefe solo para quedar bien y no poner en riesgo su puesto, hasta quien lo critica todo de sus amigos o pareja pero nunca propone nada.
Criticar por criticar no es otra cosa que ganas de pelear. Esto no significa que las críticas no sean necesarias, por el contrario, son claves para poder avanzar y mejorar. El asunto es que son solo palabras vacías cuando no se es capaz de proponer algo para mejorar, o hacer algo diferente a lo que se está criticando para mostrar con ejemplo el cambio.
Se puede estar en contra de todo, y lo único que se logrará es hacer que la indignación crezca para que pase a ser rápidamente un recuerdo cuando aquello que originó tal indignación sea reemplazado por algún tipo de nueva insatisfacción. O podemos estar a favor de algo, puede ser de lo contrario que estamos criticando, y de seguro el resultado será totalmente diferente, ya que no estaremos enfocados en atacar todo lo que no nos gusta, sino en fortalecer eso que apoyamos y disfrutamos, y con esto podemos dar un giro total a la manera en la que abordamos la vida y en la que la vida se presenta ante nosotros.
Si todo fuera tan fácil como criticar, cualquiera haría que las cosas funcionaran a la perfección. Si todo fuera tan fácil como quejarse no necesitaríamos soñar porque la vida sería más que ideal. Si todo fuera tan fácil como estar en contra de todo, no existiría reto alguno, no tendríamos la posibilidad de aprender, de crecer o de progresar. Y no necesitamos que la vida sea fácil, sino que nuestras habilidades, cualidades, virtudes y destrezas sean cada vez mejores para poder superar lo que sea que se pueda presentar. No necesitamos que la vida sea fácil, necesitamos poder descubrir la fuerza que necesitemos para que nuestra vida sea mejor.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.