Los extranjerismos no son cosa que me entusiasme cuando de titular una columna se trata. Pero para el caso presente los justifico, por la urgencia del concepto. Necesitamos una Bogotá pet-friendly. Para quienes con absoluto derecho ya estén reclamando la correspondiente traducción, aquí voy: entendemos por pet-friendly la gama de establecimientos comerciales orientados hacia una cultura de respeto y hospitalidad profesados por aquellos a quienes algunos llamamos “animales no humanos” y otros ‘mascotas’.
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Todos los que en esta ciudad hemos convivido con algún miembro de este vasto y maravilloso reino lo hemos experimentado… Nos miran cual parias, delincuentes, afligidos por dolencias infectocontagiosas o como a ladillas sociales, cuando en la mayoría de restaurantes, panaderías, droguerías, supermercados y demás centros de comercio arribamos junto a alguno de nuestros hermanos animales.
Como si nuestros perros o gatos fuesen equiparables a monstruos o fieras desenfrenadas y letales. Pareciera que la condición de canino o felino viniese vinculada por defecto al descontrol de esfínteres o que el hecho de ser lo uno o lo otro implicara para el involucrado ir dejando tras de sí una estela babosa o un rastro infeccioso de emanaciones gástricas.
Para el prejuicioso, argumentos. No todos los animales son camorristas, destructores, miccionadores o ladradores de oficio ni vectores naturales de agentes patógenos… La mayoría cobija con colorido y alegría a cuanto los rodea, incluidos nosotros, miserables bestias antropocentristas. Por lo demás, quienes hemos tenido el honor de conocer de cerca a alguno de estos seres, de seguro terminamos por involucrarlos en nuestro grupo familiar o en nuestro primer anillo de afectos. Cualquier forma de menosprecio a ellos es lo mismo que la peor afrenta a quienes los amamos.
En contraposición… ¡cuánto reconforta comprobar cómo algunas firmas han ido incorporando el rótulo anglicista de pet-friendly dentro de su repertorio cotidiano de aquello a lo que los mercantilistas y publicistas denominan ‘valores de marca’! ¿Nombres? Cito algunos… multinacionales, artesanales, industriales o locales: Starbucks, Freshii, Masa, el centro comercial Atlantis Plaza, Canasto, Illy, ciertos Omas y ‘juanesvaldeses’ y La Cesta, entre otros. Y nótese que en su mayoría estos se sitúan dentro de aquel segmento al que los mercadotecnistas, tan desalmados, acostumbran denominar estratos ‘medios-altos’.
¿Elitismo? No me atrevería a diagnosticarlo. Pero los miembros del proletariado animalista en pleno clamamos por más ‘corrientazos’, ‘ejecutivos’ y ‘caseros’ pet-friendlies y vegetarianos. Desde lo pragmático tiene sentido: los humanos que comparten sus vidas con otros animales son un target marginado y casi virgen. Y ya que hablamos de ejecutivos y demás modalidades de transporte lo diré: aún sueño con que los taxistas y transportadores terminen por unirse a aquellos colegas suyos que ya han abrazado la doctrina de la gentileza con los animales, y que por tanto se haga ley movilizarlos sin tanta reticencia ni embeleco alguno.
El pacto debería ser claro: si el tripulante o comensal en cuestión contamina o estropea el vehículo o local, su acudiente se hará inmediato responsable de cuantas fechorías este cometa, tal como acontece con neonatos y párvulos. ¡Fácil! ¿No? Soñarlo tiene su lado utópico, en una civilización que aún titubea con respecto a la inconveniencia de perpetuar sus fiestas bravas bajo el pretexto de defender minorías. Pero aun así me sostengo en imaginar un mundo en donde los demás animales primen. Hasta el otro martes.
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.