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Fue el primer visitante que pude ver en El Campín y aunque esa formación búcara con Onnis, Landaburu, Galván, el Negro González y Churio es recordada como una de las más fantásticas que pisaran el Alfonso López, me tocó observar estas leyendas en su peor momento: el día que estuvieron frente a mis ojos se devolvieron con seis en la espalda. Por eso me toca ubicarlos en segundo lugar. Porque cuando los vi, fallaron.
Y la idea es hablar justamente de eso: de lo que se vivió en carne propia, no de lo que contaban los resúmenes de los noticieros de esa época, con imágenes escasas –es paradójico, pero parece que nada hubiera cambiado– y leyendas potenciadas por aquellos que decidieron lustrar con fuerza los recuerdos para que fueran fulgurantes ante la oscuridad de los años posteriores en los que la segunda división, la cancha sintética, el iPod de Víctor Luna –donde oía palabras de su hija para motivarse mientras daba indicaciones en la línea de cal, pero ese hecho no pudo evitar que bajo su dirección técnica se fueran a la B– o alguna pequeña hazaña más cercana a salvarse del precipicio antes que dar una vuelta olímpica, como aquella del año 2001, en la que las manos del uruguayo Leonel Rocco frente a los pateadores de penales de su archirrival, Cúcuta Deportivo, le devolvieron al leopardo su cupo perdido en la cancha en un triangular esperpéntico, leonino y falaz que se inventó la Dimayor entre Magdalena, Cúcuta y Bucaramanga para que de tres participantes, dos ocuparan un lugar en primera para aumentar el número de clubes en la A.
Al hincha búcaro mucho le ha tocado sufrir: jamás ganaron un título aunque estuvieron cerca en el 97, con un conjunto escaso de figuras, más cercano en su manera de jugar al overol que a la batuta y el frac, pero serio, efectivo, absolutamente consciente de sus propios límites, pero sin miedo de nada.
Pero el que yo recuerdo tenía a Van Strahlen o Agustín Granados en el arco; Ricardo García, Esterilla –aquel 2 al que Gabriel Ochoa puso a jugar de 9 en la final de Libertadores Peñarol-América–, ‘el Káiser’ Espinosa y Eugenio Uribe; el uruguayo Héctor Méndez, Elías Correa, Humberto Sierra y tres adelante: el argentino Pedro Manuel Olalla –así, con ‘LL’–, William Rico y Kiko Barrios. Era un equipo armado con algunos nombres con historia, pero que para seguirla escribiendo les tocó irse a escampar en otro sitio, más modesto pero más digno, algún juvenil de la cantera y hombres que para el Atlético eran ya parte de su propia escenografía durante varias temporadas.
La mano de Humberto ‘Tucho’ Ortiz le dio forma a este híbrido de enero que en diciembre terminó en el tercer lugar del campeonato de 1990. Y la historia se repitió durante dos años más en los que el eterno ‘Tucho’ creó un monstruo indomable, capaz de humillar al que fuera.
Valga el recuerdo de estos hombres para que los que hoy visten los mismos colores los recuerden ahora que en la ida contra Cali dieron un zarpazo de los de antaño.