Iba caminando por un centro comercial, cuando una chica me detuvo. Se acercó a mí como si me conociera y yo traté, en dos o tres segundos, mientras ella estiraba los brazos para abrazarme fuerte, de identificarla, pero fue imposible, realmente no sabía de quién se trataba.
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Recibí el abrazo, porque amo abrazar, creo que deberíamos dar más abrazos a la gente que amamos y a los desconocidos también. Ella, sin soltarme, me dijo que trabajaba en uno de los locales y, al verme, decidió salir corriendo detrás de mí. Me contó que me conocía hace mucho por mi trabajo y que me seguía en las redes sociales, que le gustaba lo que yo escribía y compartía. Quiso hacer la popular selfie y cuando noté que sus manos temblaban de manera incontrolable, me aclaró que estaba tan nerviosa que no lograba calmarse.
Mientras vivía ese momento, intenté observar todo desde afuera, pensé que era increíble que cosas como estas pasaran, porque soy una simple mortal. No soy mejor que nadie, no he hecho nada extraordinario. Cómo podía ocurrir que gente se me acercara a decirme cosas lindas, a llenarme de buena energía y a coquetear por un momento con mi ego. No sabía cómo explicarle a ella que no había motivo suficiente, desde mi perspectiva, para que sus manos temblaran, que estuviera tranquila que yo podía parar a conversar con ella sin problema y, de paso, aprender algo nuevo.
Puedo parecer engreída con este relato, pero es todo lo contrario, trato de aceptar que algunos oficios nos convierten en algún tipo de ejemplo para otros, que lo que hacemos nos convierte, simplemente, en seres más visibles que los demás, pero no más importantes. Cada persona que te admira, que te sigue, que cree que eres su ejemplo, te hace más responsable, más cuidadoso con lo que dices y haces, porque, aunque eres un ser humano como cualquier otro, reflejas algo que para los demás, por alguna razón, es muy importante. No tienes que ser una figura pública para sentir eso, todos estamos siendo observados, admirados y queridos por seres cercanos y eso es valioso.
Nada como tener siempre los pies bien puestos en la tierra, nada como comprender que nadie es más que nadie, nada como compartir con los demás, recibir afecto y tener la oportunidad de conocer a más seres humanos.
Ella se fue feliz con su foto y yo me fui feliz con su abrazo.
¡Feliz fin de semana!
*Las opiniones expresadas por el columnista no representan necesariamente las de PUBLIMETRO Colombia S.A.S.